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El arte hace ciudadanos

Preocupada porque sus alumnos del doctorado de literatura de la Universidad de Harvard (E.U.) se pasaban a otras carreras, la profesora Doris Sommer, directora del programa de Agentes Culturales de esta institución, comenzó a analizar las causas de esta deserción.

CARLOS RESTREPO
“Como maestra, vi que mis mejores estudiantes se
iban del programa de doctorado a inscribirse en las escuelas
de medicina, de derecho, de trabajo social, porque querían aportar algo al
mundo; y a través de la literatura no sabían cómo hacerlo. Eso a mí me
hundió en una crisis profesional ética”, explica.
Fue así como Sommer llegó a familiarizarse con los agentes culturales, es
decir, facilitadores de estrategias artísticas que ayudan a crear ciudadanos
más conscientes y activos de su sociedad y de su entorno.
Al investigar el tema, la catedrática encontró una serie de proyectos
sociales en América Latina en los que, a través de la cultura, se estaba
logrando modificar el comportamiento de los ciudadanos. A propósito de este
tema, participó esta semana en Bogotá, en el seminario Agencia Cultural,
Arte y Política, en la Biblioteca Luis Ángel Arango.
Arte: terapia de liberación
De manera paradójica, la cultura, que históricamente había sido generadora
de conflictos de fondo, se había convertido ahora en el medio ideal para
solucionarlos.
“La terapia depende, muchas veces, de la práctica artística, que hace del
paciente un autor de su vida y su entorno. La misma posibilidad de darle la
autonomía de poder redefinir su mundo ya lo saca de la represión”, explica
Sommer, doctora en literatura comparada de Harvard.
Así, con el ánimo de hacer de las artes y las humanidades un aporte a la
sociedad, y con las experiencias individuales de las que habían tenido
noticia, empezó a tomar forma, en el año 2001, la iniciativa de crear el
programa de Agentes Culturales en Harvard.
Las experiencias encontradas mostraban la necesidad de sacar el humanismo de
ese recinto académico defensivo, comenta Sommer. “Los humanistas muchas
veces defienden el arte por el arte y no quieren ensuciarlo con consignas
políticas, sociales o éticas; y olvidan los efectos que tiene el arte más
allá del aula de clases”.
En este punto, la profesora resalta cómo el arte es capaz de poner al ser
humano en contacto con cierta actividad imposible de concebir en otros
ámbitos. Sommer destaca el efecto liberalizador que puede llegar a tener el
arte en una sociedad en conflicto.
En ese sentido, el arte se vuelve lo más cercano a un juicio libre. “Lo
único que podemos hacer como sujetos libres –dice– es emitir juicios en
torno de la belleza. Y son libres esos juicios porque no tienen conceptos
anteriores y no nos obligan a dar una respuesta correcta, moral o eficiente.
De allí la importancia de protegerlo”.
Y agrega: “Si yo sé que el arte tiene el efecto de despertar a la gente de
sus malos hábitos y de enseñar que unas condiciones pueden llevar a muchas
conclusiones y no solo a una; eso me obliga, como ciudadana, a utilizar el
arte para despertar otras reacciones en la gente”.
Experiencias constructivas
Para aterrizar este concepto, que puede resultar un poco académico, en un
principio, Sommer lo compara, de manera tangible, con las acciones y los
resultados obtenidos en Bogotá, cuando Antanas Mockus, con su estilo
particular de liderazgo, empezó a familiarizar a los ciudadanos con el
concepto de cultura ciudadana.
“Lo que hacemos los agentes culturales no es dar conferencias ni discursos,
sino talleres. Localizamos una práctica que vale la pena, la estudiamos,
pero, sobre todo, la multiplicamos. Nosotros queremos hacer del hallazgo un
aporte y no solamente un pretexto académico”, agrega Sommer.
En varias de sus conferencias y entrevistas internacionales, a la profesora
le gusta utilizar como ejemplo la experiencia del ex alcalde capitalino,
quien además ha sido profesor invitado en Harvard para explicar su proyecto.
¿Cuáles cree que fueron las claves que le permitieron a Mockus impactar con
su modelo cultural?
Son dos cosas clave. La primera es el arte, que le permitió romper esquemas,
cambiar paradigmas sin suscitar resistencia. Lo que yo he aprendido, entre
muchas otras cosas de Antanas Mockus, es que el cambio se tiene que hacer a
través del placer, porque si se hace de otra manera, se genera, de manera
simultánea, la resistencia. Lo que rompió el hielo aquí, al mirar la
historia reciente de Bogotá, fue el momento en que Antanas mandó 20 mimos a
dirigir el tráfico. Nadie esperaba eso.
Porque lo que hace el arte es que saca de algún lugar, fuera de lo
predecible, algo que rompe con los malos hábitos. Y entonces sorprende con
placer. Y ese es uno de los aportes mágicos de la obra de Antanas. Sin arte
no habría habido, quizás, ese cambio.
¿Y la segunda?
Lo segundo es que el arte por sí mismo no basta. Hay que articular un cambio
con otro cambio. Antanas lo que pudo hacer, con su capacidad de apreciar los
distintos discursos (que no suele jerarquizar sino integrar), fue combinar
esa situación de sorpresa con reformas educativas, fiscales, de prevención
de violencia, que le permitieron iniciar el cambio a través de un discurso
sustentable.
Agentes visionarios
Junto al caso de Mockus (de quien solo tuvo noticia en el 2004, cuando lo
conoció por coincidencia en una conferencia que él fue a dictar en MIT –
Instituto Tecnológico de Massachusetts–), Sommer relata la primera
experiencia que llegó a sus manos en el 2001, cuando estaba estructurando el
programa.
Se trata del experimento del teatro-foro del dramaturgo brasileño Augusto
Boal, una experiencia que hoy se exporta a varios países para adelantar
procesos de resolución de conflictos.
Mientras lideraba un programa de alfabetización en Perú para una comunidad
quechua-parlante, Boal desarrolló una manera de hacer teatro en la que no
hay director. El ejercicio se inicia con una obra corta de un acto, que al
finalizar invita a varios de los espectadores al escenario a un proceso de
improvisación.
Entonces, una persona del público entra en el escenario, reemplaza a uno de
los actores, inventa otro tipo de discurso, los otros actores tienen que
improvisar en torno de esa nueva intervención, y muchas veces se logra
descarrilar la tragedia.
De esta manera, Sommer explica que se da un proceso de catarsis que les
permite a los participantes exteriorizar sus conflictos y preocupaciones.
“Entonces, uno se da cuenta también de que los vecinos, a los que uno
consideraba como un problema, resultan ser recursos para nuestro propio
proceso, porque han inventado maneras de salir de la tragedia que a uno no
se le habían ocurrido”.
La experiencia de Boal fue replicada por dos doctores de la Escuela de
Medicina de Harvard para la prevención del sida en Tanzania con resultados
sorprendentes.
Era una comunidad donde los niños no se atrevían ni siquiera a ver a la cara
a los adultos, recuerda Sommer. Por tanto, no eran capaces de contarles a
sus padres y maestros que habían sido violados. “La técnica del teatro-foro
les permitió contar todo lo que sentían en el escenario. Fue una catarsis de
una verdad que no se quería ver de otra manera”.
En otra oportunidad, un médico del Hospital Infantil de Boston les entregó
20 cámaras fotográficas a igual número de niños enfermos de asma. “A las dos
semanas encontró que esos niños gozaban de mejor salud”.
De vándalos a artistas
Uno de los casos más interesantes fue el de los jóvenes que pintaban
grafitos en Boston. La municipalidad resolvió agruparlos para que se
expresaran libremente, pero bajo la coordinación de una reconocida artista.
“Estamos acostumbrados a pensar que a través del arte el joven se puede
desahogar. Pero si en lugar de eso, usamos otro verbo como llegar a ser
autor de su entorno, estamos encontrando otra manera de ver el desahogo”,
comenta Sommer.
Con esa óptica, las autoridades lograron rescatar la protección y el cuidado
de los bienes raíces y del barrio en general. “Algo que se explica
claramente –dice la profesora–. Cuando tú te conviertes en autor de una obra
artística, obviamente quieres cuidarla”.
Así, los casos de Mockus, Boal o el de los grafiteros reflejan hasta dónde
puede impactar el trabajo de un agente cultural en una sociedad.
Desde el programa de Agencias culturales de la Universidad de Harvard, se
han promovido iniciativas como la Editorial Cartonera, un exitoso programa
de alfabetización realizado en diferentes países de Latinoamérica donde los
jóvenes y no tan jóvenes se divierten jugando con la literatura a medida que
desarrollan su atención al detalle y su capacidad interpretativa. Doris
también es profesora de lenguas romances y literatura de la misma
institución y autora de varios libros, entre los cuales se destacan
Ficciones fundacionales. Las novelas nacionales de América Latina (2004),
Cómo leer en clave menor (2006) y Agencias culturales en América (2006).
Sommer cuenta cómo todas estas experiencias no solo la enriquecieron como
profesora, sino que le permitieron darle un vuelco a su estilo de enseñanza.
“Ya no miro si el estudiante se puede poner a prueba para comprobar que
entendió la lección, sino que lo invito a cuestionar el texto leído. Este
hecho le otorga un poder diferente al estudiante que seguramente lo
convertirá en un ciudadano activo”, concluye.
LOPJUA
CARLOS RESTREPO
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