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¿Uribe al Congreso?

El debate sobre la sucesión presidencial ha tomado algunos giros inesperados. Según EL TIEMPO, vivimos momentos de “confusión política” y “perturbadoras” incertidumbres. “Teatro del absurdo” fue la descripción de Semana.

El origen de la confusión se encuentra en distintas iniciativas, que buscan
volver a reformar la Constitución para permitir otra reelección del
presidente Uribe, ya sea en el 2010 o en el 2014. El Primer Mandatario o no
se decide o prefiere guardar silencio. Dentro del uribismo, los aspirantes
abundan, a la espera de la señal presidencial. Para añadir más enredos, el
alto comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, propuso en entrevista con
María Isabel Rueda que el Presidente, “aún en ejercicio”, encabezara una
lista al Senado en las elecciones del 2010. En el mismo Congreso existe ya
un proyecto que le otorgaría a los ex presidentes, “por derecho propio”, una
curul en el Senado.
Así las cosas, la discusión se reduce a ratos a las especulaciones sobre las
intenciones presidenciales. No es tema de poca monta. Pero tendrían que
existir mayores esfuerzos para discutir las bondades de las medidas
propuestas más allá de los designios individuales del presidente Uribe.
En una de sus declaraciones recientes, el asesor presidencial José Obdulio
Gaviria defendió el proyectado referendo –en pro de la nueva reelección
consecutiva– con argumentos cuestionables. Que es una medida “muy
progresista de origen popular”. Que “lo recomendable en las democracias
modernas es la continuidad aprobada por el pueblo”. Que “la reelección
alternada genera inestabilidad”. Que “eso de estar cambiando cada rato de
Presidente es muy atrasado y primitivo”.
Lo “atrasado y primitivo” es estar reformando a cada rato las normas
constitucionales, con debates francamente pobres. Mucho más “atrasado y
primitivo” es reformar las constituciones con el fin de beneficiar
eventualmente las aspiraciones de quienes ya gozan del poder. Lo “atrasado y
primitivo” es atar los destinos de 44 millones de personas a la voluntad de
una sola persona.
Lo recomendable en las democracias modernas es la continuidad de las
instituciones, en vez de la continuidad de liderazgos personales. Hay poco
de “moderno” en el discurso de los sectores uribistas que apoyan la
reelección presidencial. Allí, esa constante identificación de la democracia
con las mayorías –como si su voluntad fuese absoluta e incontestable– tiene
más bien ecos antiguos. Con seguridad, los asesores presidenciales conocen
la famosa obra de Benjamín Constant, donde se definió desde hace dos siglos
la ruta de la democracia moderna –alejada de cualquier concepción ilimitada
del poder–. Curiosamente, esa concepción antigua de la democracia que
prevalece en sectores uribistas es bastante similar a la que ha predominado
en sectores tradicionales de la llamada izquierda. Unos y otros representan
hoy grandes obstáculos para que la nación pueda soñar otra vez con una
democracia moderna.
Y lo que genera inestabilidad es estar modificando a cada rato las reglas
del juego democrático. Sobre todo cuando se hace sin mayores consultas con
la oposición. No hay porvenir estable alguno –en ninguna sociedad que aspire
a la democracia– sin un consenso básico entre las distintas fuerzas
políticas sobre los procedimientos para competir por el poder. El proyecto
de referendo –aún más que la reforma anterior– atropella muchos de los
principios que han informado los deseos casi bicentenarios de consolidar una
democracia liberal en este país.
Dice José Obdulio Gaviria que el presidente Uribe “nunca ha sido un
entusiasta de la reelección”. Y que a él le “tocó escribir un libro y bregar
mucho para convencerlo” la primera vez. Un examen serio de los argumentos
que está utilizando para volverlo a convencer serviría para aplacar
entusiasmos, frente a las perspectivas de inestabilidad, de retroceso y
primitivismo democrático que se nos vienen con el nuevo revolcón
reelectoral.
ANDRUI
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