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MEDITACIONES CRISTIANAS

La rememoración ritual de los pasajes bíblicos suele prestarse para ver hasta dónde están próximos o distantes de sus lecciones los vertiginosos acontecimientos de la vida contemporánea.

Los oradores sagrados se encargan de destacar su vigencia y de escrutar sus arcanos a la luz de las cambiantes realidades del mundo actual. En una acrecida humanidad, no estática sino en veloz movimiento, resulta evidentemente milagrosa la perdurabilidad de principios sometidos a prueba en larguísimo trecho. Pero esta perdurabilidad de lo esencial de la doctrina de Cristo, significará la observancia fiel de sus preceptos básicos aunque los adicionales y accesorios se desconozcan?
Harto representa haber subsistido en muy diversas edades, naciones y culturas. Mientras tantos ídolos han caído de sus nichos y sus enseñanzas se han eclipsado, emociona comprobar cómo el cristianismo sigue inspirando la conducta y alentando el alma de numerosos pueblos de todos los continentes. El deísmo, con culto externo o sin él, triunfa sobre el ateísmo.
En la otra orilla religiosa, renace combativamente el fanatismo islámico con ansias de predominio político. Hasta brotes terroristas a escala internacional pretenden ampararse y nutrirse en su servicio. Si ayer el comunismo era el principal motivo de preocupación, ahora lo es esta tempestuosa secta, no aquí pero sí en Europa e incluso en Estados Unidos.
Pero como lo que nos interesa es el cristianismo y su Semana Santa, preguntémonos si en verdad sus derroteros característicos, aquellos de general aceptación y no los adventicios, prevalecen en la vida colombiana. Felizmente el clero, como tal, dejó de participar en las contiendas políticas y de justificar procedimientos reñidos con las normas sagradas. Era fuente de conflicto, tanto como de desconcierto por la antinomia entre lo que se predicaba y lo que se practicaba.
En esta materia, se unificaron los criterios por la paz y por el respeto a la dignidad humana, al margen de arbitrarias diferencias. A la vez, el clero se acercó a la feligresía, empezó a hablar su lenguaje, quiso recoger el sentimiento de Cristo por los pobres y los desvalidos y renunció a la pompa aristocrática de antiguos tiempos. En una palabra, se democratizó y desfanatizó, merced a la obra renovadora del Papa Juan XXIII.
Depravación de mentes y costumbres
No obstante, si este progreso se registra en la Iglesia, más abierta y más en contacto con el pueblo, la barbarie se enseñorea de grandes zonas del país; la inseguridad campea en campos y ciudades; la corrupción causa incontables estragos; la filosofía del éxito fácil y rápido florece; el culto al becerro de oro se extiende y la corrupción hace de las suyas.
La culpa de semejante deterioro no corresponde desde luego al Gobierno democrático, tolerante y benévolo que elegimos, sino a la depravación de las costumbres, a la tolerancia cómplice de muchos sectores; al agravamiento de males en otras épocas incipientes o inexistentes y a la adversidad de determinadas circunstancias. Hoy por hoy, la nuestra no es sana y segura cultura de vida.
El fenómeno de las violencia, según se ha dicho repetidamente, es de muy varia causalidad, primitiva y moderna, mezcla de anacronismo criminal y moderna expresión delictiva. Hasta ayer no más, el campo desprotegido fue el teatro predilecto de sus actividades, pero no demoró en penetrar a las ciudades mejor guardadas.
Dentro de su misma confusión, se dio el caso de los sicarios que cumplían su cometido acariciando imágenes religiosas, en la misma forma como lo hacen los fundamentalistas islámicos en sus actos terroristas. La perversión mental los indujo a pensar que realizaban gesto heroico en beneficio de sus familias, destinatarias finales de las correspondientes recompensas.
A tal extremo de deformación moral se llegó. Un torpe y viciado arranque idealista se sobreponía a la repugnancia instintitiva de matar al prójimo. Que, por supuesto, jamás existió en los cerebros y en los brazos del narcoterrorismo, dominados por el afán de enriquecimiento y, con esta pasión, sin reatos para cometer las peores fechorías. Era su guerra, la de su supervivencia, cualesquiera fueran los daños y dramas de la población civil.
Pero otro conflicto ha habido, y hay, con móviles o pretextos políticos: el de la guerrilla, única hoy en el Hemisferio, originalmente enmarcada en la guerra fría. Concluida ésta, ha debido terminar. Pero no. Persevera gracias a la base económica formada con su propio sistema rentístico de intimidaciones, extorsiones y secuestros. Lo que es más, lo refuerza con su asociación a los cultivos de estupefacientes.
Aceptará los caminos de la solución política o preferirá los drásticos de la experiencia peruana ? He ahí el gran dilema. A cuyo desenlace puede contribuir la Iglesia con su influencia moral, insistiendo en apartar de la violencia homicida a sus jefes y seguidores. No sin reconocer la necesidad de que el Estado haga acto de presencia en el campo e impulse su programa de crear en él empleo productivo.
Corrupción y becerro de oro
Circunstancialmente emergió en el país la tendencia a desmontar el Estado. Todas las dolamas se curarían en cuanto su acción se redujera al mínimo. La suerte de la comunidad debería abandonarse al libre juego de los mercados y al principio rector de la máxima rentabilidad. Tales habrían de ser las consecuencias naturales del triunfo del capitalismo sobre el comunismo. Sería el turno del becerro de oro. Y acaso de los mercaderes en el templo.
El resultado ha sido el auge asfixiante de la corrupción. Para lograr el fin, no importa sino la eficacia de los medios utilizados, lícitos o ilícitos. Como ejemplo, una industria de proyecciones mundiales funciona en la clandestinidad y desde ella allana los obstáculos. Ante don Dinero se ablandan las conciencias. Es, al fin y al cabo, un modo de vida que se ha ido abriendo paso y contaminando las inteligencias jóvenes.
Cuando no se recurre a la trampa, se apela abiertamente a la violencia. Si no, a qué obedece la delincuencia común que asalta en despoblado y siembra el temor en los centros urbanos? Cada cual obra según su naturaleza y su educación. Los unos con sigilo; los otros con brutalidad, también a la sombra tutelar del becerro de oro. Lo cual no quiere decir que haya propósito similar en las violaciones de niñas indefensas o en otros crímenes de repulsivo sadismo.
De la presente Semana de Pasión debiera salir la convergencia de voluntades para combatir tantos males y resolver tantos problemas con espíritu cristiano de conmiseración, solidaridad y operante justicia. Ojalá!
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