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LOS ATAQUES CONTRA MARITZA URIBE

Maritza Uribe de Urdinola está recibiendo por estos días pedradas matreras en su pedestal de señora de las artes, de patrocinadora eterna de La Tertulia, de gestora sin igual de un largo y fructífero ciclo de la vida cultural de Cali.

Probablemente porque quienes la atacan ya la ven cargada de almanaques y sin la capacidad de respuesta inmediata que le caracterizó en su juventud. O acaso, más bien, porque la ven aporreada por la ausencia de sus seres queridos y sin los ánimos suficientes para emprender otra batalla, todos a una, desinformados plenos o conocedoras de toda la vida de cómo funciona La Tertulia, las han emprendido contra ella y su obra.
Antes de que sea tarde y de que los afanes por quedarse con el poder del Museo se conviertan en injusticia imperdonable, creo que vale la pena recordar hasta dónde llega el valor histórico de la gestión de esta mujer especial, que entendió a su terruño, lo vislumbró en otras esferas que no poseía y consiguió modificar, como nadie más en esta ciudad de Cali, el rumbo de la vida cultural de la comarca.
La fundación de La Tertulia significó no solamente la conformación de un museo de arte moderno en una ciudad que no tenía otro museo, sino la conformación de un epicentro que irradió los efectos de las artes y la noción eterna de cultura al ámbito caleño.
Ha sido desde allí, desde el pedestal de La Tertulia, desde donde se han originado los más bondadosos efectos sobre una ciudad ajena a las artes y constreñidas sobre sus propios fantasmas. Si no hubiese existido La Tertulia ni el brío que Maritza y sus gentes le pusieron a las distintas versiones de la cultura, no se habrían originado ni los festivales de Arte, ni el Congreso de Literatura Hispanoamericana, ni los concursos de novela, teatro y cuento que allí se fueron incubando.
Asumiendo el papel de sacerdotisa mayor, Maritza Uribe de Urdinola, consiguió modificar el criterio de las clases dominantes sobre la cultura y abriendo las puertas del museo para todo visitante, elaborarle a Cali un motivo de orgullo y de satisfacción permanente.
Su gesta es, entonces, invaluable. Atacarla por los defectos que desde afuera se le vean a la gestión actual del Museo es tratar villanamente de sacarla por la puerta de atrás cuando ella tiene ganado hace mucho rato el derecho a salir en andas por la puerta del triunfo.
Por respeto, por consideración, yo diría que por elementales razones de comprensión humana, quienes hemos sido testigos de la actuación de esta mujer especial, tenemos la obligación de rodearla para hacerle el escudo que le proteja de los guijarros de los ambiciosos de echarle mano a su obra.
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