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ESPANTO EN EL CENTRO DE BOGOTÁ

Ese viernes, cuando regresaba a mi colegio, el Nicolás Esguerra, a la jornada de la tarde, que estaba muy sombría y oscura, eran más o menos la una y quince minutos, cuando pasando exactamente por el antiguo Camerín del Carmen, carrera quinta con calle novena, me encontré con el sastre Efraín Leal, bajo una llovizna pertinaz y quién se me abalanzó para decirme: Ala, mataron a Jorge Eliécer (Gaitán) , cuando salía de su oficina que estaba situada en la carrera 7 con la Jiménez (calle 15), frente a las instalaciones de EL TIEMPO. El punto donde me encontré con Efraín Leal, en el Camerín del Carmen, distaba de mi colegio 16 cuadras, ya que estaba localizado cerca de la Estación de la Sabana, como se llama el sitio central para los Ferrocarriles Nacionales. No pensé tal vez en nada trágico con mi edad de estudiante de bachillerato y continué para el Nicolás con un paso más apresurado que cualquier otro día. Cruce las calles pasando por los frentes del Teatro Colón, de la Iglesia de San Ig

Salí por la puerta de hierro del colegio a la calle 13 o Avenida Colón, donde el desorden había tomado proporciones de miedo; pasaban camiones y volquetas repletos de gente embriagada y los saqueos al comercio se habían aumentado; por esa razón no pude seguir subiendo por el sector de San Victorino y me vi obligado a tomar rumbo hacia el norte bajo una abundante lluvia. Subiendo por las calles 16 y 17, logré llegar a la carrera 3 para luego coger al sur, bajar por la calle 13 y cruzar por la carrera 4 rumbo a mi casa. En este recorrido me tocó mezclarme con gentes embriagadas que habían robado en los saqueos y que llevaban sobre sus hombros toda clase de mercancías y en especial, las ropas de los lujosos almacenes de la séptima. El susto más grande de ese recorrido fue cuando bajé por la 13 y al cruzar hacia el sur por la cuarta, me encontré con unos hombres, también borrachos afilando machetes (...) En la once, entre carreras 4 y 5, ya las hordas criminales habían prendido fuego al Palacio Arzobispal y a las edificaciones, muy antiguas, que quedaban al frente de él y que congregaban un convento de monjas de claustro.
Pasadas las 5 de la tarde, después de ver todas esas calamidades, pude llegar a la casa, donde por fortuna llegamos todos los de la familia para ponernos a salvo, porque por encima de nuestra casa se escuchaba el ruido del fuego cruzado entre los francotiradores y el ejército que defendía el Palacio Presidencial, cuyo presidente era el doctor Mariano Ospina Pérez. Los francotiradores habían logrado tomar posiciones alrededor del Palacio para atacarlo: el Colegio de San Bartolomé, por el norte, y la torre de la Iglesia de Santa Bárbara, por el sur; esta fue víctima de la destrucción que sufrió el ser cañoneada por el ejército para acabar con los que allí estaban apostados. Al atardecer de ese viernes y en medio del fuerte aguacero, fueron saqueadas las tres tiendas de la esquina de la carrera 4 con calle 5 y todas las demás que quedaban en los alrededores de mi casa.
Para agravar el problema de orden público, los revoltosos se habían aumentado en forma considerable por el amotinamiento y la evasión de todos los presos de la cárcel de sumariados que estaba ubicada, hasta ese momento, en la carrera 4 con calle 4, pues fue incendiada en su totalidad. La mayoría de esos presos evadidos tomaron hacia el sur y oriente de Bogotá. Dentro de esa enorme tragedia, debieron ser muchas las víctimas en las vecindades de mi casa, cosa que no vimos, porque una vez todos reunidos permanecíamos en total silencio, no nos atrevíamos ni a respirar, y orábamos para que no nos pasara nada. Entre tanto, la gente exaltada que saqueó y mató, golpeaba los portones de las casas y entre esas la nuestra (...)
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