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APRENDAMOS A CONVIVIR

Ay del solo! advierte la Sagrada Escritura y le sobra razón. El hombre solo es incompleto, ya que es sociable por naturaleza. Veamos cómo.

Es incompleto siempre, pero más cuando niño ya que necesita, para todo, de los demás. El anciano, además de incompleto se encuentra impedido, disminuido y, como si fuera poco, con frecuencia marginado y humillado; se está desmoronando, como observa gráficamente San Pablo. El anciano vuelve, como el niño a necesitar de los demás para todo: para comer; andar; para ir al baño, para vivir.
La limitación no es la única razón para convivir. También lo es la misma perfección.
A diferencia de los animales, el ser humano ha sido dotado de cualidades y medios para entrar en relación con los demás y para crear familia y sociedad. Ya la anatomía, las partes del cuerpo, los sentidos: ver, oír, oler, gustar y palpar, nos abren al mundo circundante y a los demás. La palabra, los gestos, afectos y sentimientos, la capacidad para pensar, creer y amar, nos están diciendo que somos sociables, que ser humano es entrar, y vivir en comunicación con el mundo, con nuestros semejantes, con Dios.
El hombre solitario es un hombre a medias, aislado, cerrado y cuñado por dentro, incapaz de crecer, de dar, de recibir, de amar y ser amado.
Nacimos para convivir. Convivir es nuestro destino, es vivir-con, es compartir, es ejecutar el bello ritmo de dar y recibir. Sólo en la con-vivencia se realiza el ser humano y encuentra su sentido, su razón de ser, su plenitud.
La transición del egoísmo a la generosidad y a la madurez comienza cuando el niño aprende a descubrir al otro llámese mamá, papá, hermanos, amigos como una persona distinta, como no-yo, como otro ser humano semejante, con necesidades de todo género, y empieza a interesarse por él y a ayudarle con obras, con hechos.
Pero, con frecuencia, no descubrimos al otro, no aprendemos a amar. Y entonces, el egoísmo nos mata, porque se queda a vivir con nosotros más allá de la infancia y de la juventud. Seguimos siendo niños toda la vida. Fatal!
Del egoísmo no se sigue más que el caos, el desorden y el infierno. Sólo entonces sería preferible el aislamiento y la soledad, a vivir en medio de egoístas, que generan la guerra, la violencia, el robo, la inseguridad y la mutua destrucción. El egoísta es antisocial, es decir, enemigo de la sociedad.
El tráfico de nuestras ciudades es un símbolo muy elocuente de que no sabemos convivir. El tráfico colombiano es la suma de miles y millones de egoísmos tratando de hacer prevalecer sus caprichos sobre los derechos de los demás. Todos piensan sólo en sí mismos y no en las normas de tráfico ni en el derecho de los demás. Nos falta civismo. Colaborar con el Bien Común.
El enemigo mayor de la convivencia es el egoísmo. Sólo pensar en sí mismo, y en sacar provecho de los demás, sin la menor intención de colaborar con el bien común, es el escaso credo del egoísta.
Convivir lo hacen cientos de animales por instinto, como las hormigas, o las abejas en la colmena, modelo de orden, eficiencia y laboriosidad. En cambio los seres humanos, anteponiendo nuestro interés al bien de los demás, logramos difícilmente el objetivo, o simplemente no lo alcanzamos, sino lo contrario, la frustración, fuera de conseguir aumentar grandes dosis de estrés, mal genio y agresividad.
Y para colmo de males, le echamos la culpa de todo al alcalde, sin poner de nuestra parte un mínimo de colaboración. Sin colaboración ciudadana no existe alcalde, por genio que sea, que pueda manejar nuestra ciudad.
Definitivamente, no sabemos convivir. Para vivir con otros seres humanos, la condición elemental consiste en reconocer su dignidad, sus derechos a vivir y a poseer. Reconocer en el otro a un miembro de la familia humana, que necesita, como nosotros, para ser y crecer, de afecto, de ciencia, de luz, de agua y de pan.
Aprendamos a convivir. Depongamos la agresividad, la envidia, el ansia absurda de apropiarnos de las cosas de los demás. El robo, de cualquier manera que se realice, hace infeliz al ladrón y al desposeído. Este, no puede menos de sentir rabia, impotencia, frustración. El ladrón, si es sincero, tiene que reconocer que el remordimiento lo indispone con el otro, con su conciencia y con Dios.
El egoísmo conduce al caos, al infierno, a la soledad. El respeto a las leyes facilita la convivencia, evita trancones y da buen genio y humor. Ensaye. Aprendamos a convivir.
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