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La popularidad como garrote

El voto popular no debe usarse para destruir la democracia y convertir los delitos en virtudes.

La misma semana en que el presidente Álvaro Uribe se enfrenta a la Corte
Suprema de Justicia por asuntos reelectorales, dos personajes más ocupan
categoría noticiosa parecida: por un lado, el corruptísimo Silvio
Berlusconi, primer ministro italiano, que intenta aplicar su poder político
para zafarse de los líos que tiene con la Justicia, y, por otro, el campeón
de los dictadores africanos, Robert Mugabe, que aplasta a sus opositores
para sacar adelante una nueva reelección.
No digo que nuestro presidente sea igual a un Berlusconi o a un Mugabe, pero
llevo casi una semana viendo la fotografía de los tres en la misma página de
la prensa internacional: como asociación de ideas es mala vaina.
Hace unos años, cuando a Uribe se le metió en la cabeza que él era un hombre
providencial y su cohorte nos informó que se trataba de un ser humano
superior a todos nosotros, un asesor suyo señaló que bastaba con modificar
“un articulito” de la Constitución para ofrecernos el privilegio de cuatro
años más de mandato de ese supercolombiano. En tal momento, muchos juristas
y politólogos advirtieron sobre las complicaciones que suelen aparecer
cuando se cambian sobre la marcha las reglas de juego. Fueron desoídas sus
palabras y, lamentablemente, los pronósticos están cumpliéndose. Los
ciudadanos atónitos vemos cómo el jefe del poder ejecutivo desafía a la
Corte y propone un delirante referendo terapéutico, bizarra máquina del
tiempo que echará dos años atrás los relojes para producir resultados
pretéritos aplicables al futuro: quizás hasta el 2014.
Se ignora qué efectos tendrá el engendro. Solo conocemos aclaraciones que
disparan desde Palacio, como si allí naciera y muriera la interpretación
acertada de las leyes. ¿Valdrá como media reelección? ¿Abarcará a los
congresistas, cuya votación al fin y al cabo marchaba en yunta política con
la presidencial? De ser así, ¿sería esta operación un detergente que
limpiará a los incursos en delitos de ‘parapolítica’?
Aclaremos que están revueltas dos cosas distintas: el procedimiento viciado
para modificar la Constitución, y la votación popular que aprueba a
posteriori un segundo período de Uribe. No es posible que la repetición del
segundo valide los errores provocados por la corrupción en la primera. Esto
equivale a un Perdón Judicial Supremo, donde el pueblo asume de manera
anárquica los tres poderes para volver virtudes ciertos delitos ya
cometidos. Planteémoslo así: en caso de que la Copa Europa (que acaba de
ganar gloriosamente España) adopte la doctrina Uribe, cada vez que el equipo
con mayor hinchada anote un gol con la mano y el árbitro lo anule, bastará
con la manifestación masiva de la tribuna para validar la mano y dar por
bueno el tanto.
Si no queremos demoler de un mazazo la arquitectura democrática hay que
entender que el tal referendo no hace más que ratificar la victoria
reelectoral de Uribe… triunfo que nunca estuvo en duda. Pero no puede
restañar de manera mágica, por respetable que sea el voto popular, los
delitos que se cometieron al modificar la Carta. Estos tienen que someterse
al proceso que fija de antemano la Constitución. Dice José Obdulio Gaviria,
filósofo oficial, que “el pueblo es la última instancia política”. Pero si
todo voto popular fuese democracia, Hiltler sería Montesquieu y el referendo
podría cerrar el Congreso, poner a José Obdulio como Máximo Magistrado y
nombrar monarca al doctor Uribe.
Enfrentamos un acto de vanidad populista que desestabilizará las
instituciones, costará miles de millones a los ciudadanos y tenderá una
nueva cortina de humo sobre los graves problemas de miseria y desigualdad
social que hierven en el país. “Las bayonetas sirven para todo, excepto para
sentarse en ellas”, dijo Napoleón. La popularidad sirve para todo, excepto
para emplearla como garrote a fin de destruir irresponsablemente la
democracia.
cambalache@mail.ddnet.es
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