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VIVAS AL TENOR Y ABAJOS AL DIPLOMÁTICO

La tenacidad, la osadía, y la fe en Colombia de Fanny Mikey, obraron el milagro de traer a cantar, en este nido de águilas, al tenor más famoso, más pesado y más costoso del mundo.

En un espectáculo sin precedentes, que nos da prestigio, el fenomenal Luciano Pavarotti conquistó el corazón de 50 mil espectadores con la maravilla de su voz; una voz capaz de ahogar los rugidos de dos jets que se aproximaron a Eldorado a la hora del concierto. El extraordinario encuentro musical, en el cual sobresalieron además un excelente flautista, la Orquesta Sinfónica y un gran director, fue una certificación de cultura, que no la exigen los gringos pero que de todos modos nos sirve. Y fue la demostración de que aquí hay multitudes no sólo para gritar gol en los estadios de fútbol, olé en las plazas de toros, o para aullar en los conciertos rock, sino también para gritarle bravo al bel canto y a la buena música.
En contraste con la admiración y el fervor por Pavarotti, crece la antipatía por el embajador Myles Frechetre, cuyas declaraciones ante burócratas e inversionistas gringos, todo el mundo rechaza.
Pues si alguien puede dar fe de la batalla de Colombia contra los narcos, es él mismo, quien con el ministro de Defensa pasó el susto de su vida cuando el helicóptero en que viajaban para ver el inmenso laboratorio de coca descubierto por el Ejército en medio de la selva, fue atacado a bala por los subversivos.
Que el gobierno Clinton apruebe o niegue una certificación sobre Colombia, es desde todo punto de vista indignante. Primero porque la lucha antinarcóticos y la política internacional las define -o debe definirlas- el gobierno colombiano y no ningún otro país por importante que sea, como dijo el presidente Samper en Venezuela. Y segundo, porque Colombia cayó en el horror del narcotráfico por culpa del dinero y de las costumbres viciosas de los gringos. Pues si en ese país no hubiera 20 millones de consumidores que invierten billonadas en satisfacer su adicción a las drogas, aquí no habría carteles ni capos; ni nuestros modestos campesinos habrían cambiado sus cultivos de maíz y de yuca por campos de coca y amapola.
Si USA retira sus radares para detectar narcoaviones, y suspende su contribución económica para combatir narcocultivadores y narcotraficantes, más droga llegará a sus puertos y más jóvenes gringos caerán en las redes del vicio, y más problemas de corrupción y de violencia tendremos en Colombia. De manera que con esa sanción , que pretenden imponernos, van a hacer moñona, porque los perjuicios son para todos.
Lo que sí está cada vez más claro es que el narcotráfico no se acabará sólo a bala, ni solamente con Colombia en la línea de combate. Si las potencias, con sus capitales, sus consumidores, las producciones de insumos y las grandes lavanderías de dólares no ponen más de su parte, las nuevas mafias terminarán por apoderarse del mundo. Como lo están haciendo, paso a paso.
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