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LA MUJER EN LA POLÍTICA

La participación de la mujer en la política de Córdoba la podemos sintetizar en dos grandes etapas: la primera de ellas constituye el paso inicial dado, en el contexto de la segunda década del presente siglo, por un grupo de mujeres que, influidas por el socialista italiano Vicente Adamo y por las ideas que comenzaban a prevalecer en ese entonces, fundaron el 7 de febrero de 1919 la sociedad Redención de la Mujer dirigida por Juana Julia Guzmán con la asesoría en la directiva de Dora Murillo P., Juana P. Ramos, Agustina Medrano, Francisca Feria, Isabel Sierra, Nicolasa Morales y María del Socorro Peña.

Fue el escenario, de este despertar político y revolucionario, el Sinú, agreste, olvidado y feudal de comienzos de siglo. Con colonizadores franceses, con gringos madereros, con blancos y capataces, con concertados en la época oprobiosa de la matrícula y de los cepos en las grandes haciendas y de los fastuosos fandangos en la plazuela de la iglesia, cuando concertados, capataces, caucheros y raicilleros quemaban los billetes como espermas.
Mujeres que fueron capaces de organizar la lucha obrera y campesina en un medio tan difícil; mujeres que festejaron, con delirante entusiasmo, el día del trabajo el primero de mayo de 1920, primera fiesta laboral organizada en esta apartada región del país; mujeres que unidas en torno a un ideal fueron, además, capaces de congregarle a María Cano, la famosa socialista defensora de la igualdad de derechos de las mujeres, a más de 800 personas en una gran manifestación pública que sólo, muchos años después, pudo ser superada en número y en fervor popular al arribo de Gaitán a Montería; mujeres que como Dora Murillo, Amada Sánchez e Isabel Sierra de la O., fueron las oradoras de esa gran manifestación integrada en su mayoría por mujeres.
Claro está que la motivación, que llevó a mujeres y a hombres, a reivindicaciones sociales y a la lucha por la tierra, en la región más feudalista del país, simbolizaba Adamo. A este italiano sencillo, modesto, con una hoja de vida privada intachable y llena de sacrificios no pudieron combatirlo sino por el lado de su ideología, una ideología de avanzada que no podían entender los dueños de la tierra ni los altos funcionarios de la época. Después de los episodios que tuvieron como epílogo las invasiones campesinas a Loma Grande, Adamo fue deportado a Curazao.
Cuarenta años más tarde, concluidos los primeros balbuceos de la lucha por la tierra, comienza el segundo y último período en el que la mujer, ya con aspiraciones más altas y definidas, se interesa por llegar a los cuerpos colegiados del departamento. Así vemos con sorpresa a una Juana Cano, mujer del pueblo, ser la primera en llegar al Concejo de Montería, y a Mehyda Meza de Palomo, a la Asamblea Departamental. Aquí vale la pena mencionar algunos nombres de mujeres que, dedicadas a la política, han ocupado curules en los concejos, asamblea y congreso.
Capítulo aparte merece la reseña periodística de Beatriz de De la Espriella, distinguida matrona sahagunense. Su trabajo silencioso, abnegado y con devoción lo adelantó esta admirable mujer que hizo de la política una doble finalidad: la de servir a la gente y la de coadyuvar para que sus hijos ocuparan en los concejos, en la asamblea, en la administración y en el congreso los cargos a los cuales ella no aspiró ni representó jamás.
Su muerte, ocurrida hace algunas semanas, constituyó una manifestación popular sincera y conmovedora. Al rescatar estas crónicas olvidadas estoy, sencillamente, otorgándole valor excepcional a una historia política y humana, veraz y apasionante, que debería ser recuperada de los archivos para que la tengan en cuenta las nuevas generaciones interesadas en los vaivenes de la política.
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