Una inolcultable tradición editorial colombiana, común a muchos otros países, y motivo de innumerables llantos, ha sido la de no publicar libros de cuentos. Esa ausencia se suplía, sin embargo, con la publicación de los cuentos en revistas literarias (cuando existían), o en suplementos dominicales. Hoy, esa tradición del cuento dominical, de la que gozábamos hasta entrada la década del 70, en general, ha desaparecido. Y sólo nos han quedado las antologías de los cuentos premiados en concursos (publicados, también, por Lecturas Dominicales ), que no siempre son localizables en las librerías. Y para colmo de males, en los últimos años hemos comenzado a ver que a quienes les encargan antologías de cuento colombiano pareciera que permanecen estáticos, muy orondos, en 1970 (hace 25 años), tabulando apenas con los raseros del afecto personal, cuando no desconociendo totalmente (y no es desinformación) el gran movimiento del cuento colombiano, de antes y de ahora, como también sucede en la sección Esquina del cuento excepcional en la prensa colombiana, por lo demás, del Magazín de El Espectador. Muertos Eduardo Pachón Padilla y Germán Vargas, lectores y propulsores del cuento de todas las regiones, sin ondas ni círculos convencionales, quedamos algunos (recuerdo a Manuel Mejía Vallejo, a Milcíades Arévalo, a Roberto Montes, a Alvarez Gardeazábal) defensores y gozones de nuestro cuento que, por fortuna, comienza y termina antes y mucho después de las antologías que hemos visto por estos días.
CUENTO RETRASADO:
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