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¿Y ahora qué?

Definitivamente con Chávez no hay remedio. Yo pensaba que su mediación con las Farc podía ser efectiva y por eso juzgué algo precipitado que el presidente Uribe la cancelara. Desde luego daba por descontado el histrionismo, los desafueros verbales, los números de circo a que nos tiene acostumbrados el líder bolivariano. Es su estilo. También temía que se valiera de su papel de mediador para darles a las Farc un vistoso protagonismo en la escena internacional. Era el precio que nos correspondía pagar con tal de esperar el éxito de su gestión.

Confiaba yo en dicho éxito por dos razones. La primera, porque las Farc lo
escuchan; al fin y al cabo, comparten su mismo desvarío ideológico. La
segunda, porque Chávez –lo ha demostrado en su país, en Bolivia, Ecuador y
Nicaragua– cree que hoy en día la opción electoral, con su respaldo
financiero, es mejor vía que las armas para llegar al poder. En el caso de
Colombia, podía inducir a las Farc a contemplar el apoyo a una amplia
alianza de la izquierda para suceder a Uribe en el 2010. La liberación de
los secuestrados beneficiaría de manera espectacular tal opción.
Ilusiones, lo confieso ahora. En vez de estimular un cambio de rumbo en las
Farc, Chávez decidió que ellas tenían un proyecto bolivariano digno de
respeto y tranquilamente negó el carácter terrorista de sus acciones. Ramón
Rodríguez Chacín, su ministro del Interior, fue aún más lejos. “Estamos
pendientes de su lucha”, les dijo a los guerrilleros. O sea, “sigan
adelante, muchachos”.
Después de esto, ¿quién puede ver a Chávez como mediador, si de antemano
toma la vocería de una de las dos partes del conflicto? Él parece ignorar
que el carácter terrorista de una organización se lo dan sus acciones y no
sus sueños y objetivos. Eta, en España, es terrorista no porque busque la
independencia del País Vasco, sino porque su arma de lucha son los
atentados. Curiosamente, en su comunicado de respuesta a Chávez, el gobierno
colombiano incurre en el mismo error cuando cree que las Farc no obedecen ya
a un ideario marxista ni responden a un proyecto político. Claro que sí.
Buscan el poder y son fieles a una ideología que produjo en el siglo pasado
100 millones de muertos. Es esa ideología la que santifica sus actos
terroristas porque para ella el fin justifica los medios.
Descartado Chávez como mediador, ¿qué se puede hacer por los secuestrados?
Seamos realistas: de nada sirven con las Farc propuestas y concesiones del
presidente Uribe o la mediación de la Iglesia. Desfiles, pancartas y
exhortaciones no las conmueven... Quien mejor ha visto el problema es el
escritor y filósofo francés Bernard-Henri Lévy. “Lo que realmente quieren
las Farc –escribió en días pasados–, lo que me dijeron a mí y lo que me
sorprende que algunos se obstinen en no entender, es ser considerados como
beligerantes y no como bandidos (tal como los califica con razón la prensa)
o como terroristas (como los catalogan, con justicia, las listas negras del
Departamento de Estado)”.
El filósofo francés considera que un auténtico mediador –no Chávez, dice él–
debe discutir esa opción con las Farc. Si aspiran a tener dicho estatus
deben suspender secuestros, atentados, minas, ataques a la población civil,
reclutamiento de niños, carros y paquetes bomba, pues la guerra tiene
también sus leyes. Mediadores internacionales tendrían a su cargo que estas
condiciones fueran cumplidas.
Comprendo que esta sugerencia provoque escalofríos en Colombia. Proviene,
sin embargo, de un escritor que ha ido al encuentro de la guerrilla y ha
denunciado sus horrores en el libro Las guerras olvidadas. Se trata, según
él, de tomar el toro por los cuernos y condicionar sus exigencias. Y la
verdad es que, cuando cuelga de un hilo la vida de Íngrid Betancourt y se
revela como nunca la agonía de 700 secuestrados, ninguna opción, por
cuestionable que parezca, debe ser descartada de antemano. Estamos frente al
más horrible chantaje de nuestra historia.
HERJOS
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