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Un momento difícil en la lactancia

Por temor a que su leche no fuera suficiente para satisfacer al bebé, Ana María decidió complementar la alimentación de su hijo con fórmula láctea.

Cinco días después del nacimiento del niño, comenzó a experimentar fiebre,
dolor y endurecimiento de uno de sus senos, lo que la obligó a acudir a
urgencias. El diagnóstico: mastitis o inflamación del tejido mamario.
Se trata de una enfermedad que, casi siempre, está relacionada con el
puerperio; es decir, el periodo de recuperación después del parto. La causa
es un germen que normalmente existe en la piel cercana al pezón y a la
areola y que, a través de fisuras presentes en el área, ingresa a los
conductos dilatados por la lactancia . Estas fisuras suelen ser el resultado
de la continua succión del bebé quien, algunas veces, puede morder el pezón
aumentando el riesgo de que haya sangrado.
Cuando la leche no se extrae de manera adecuada, se produce una inflamación
que puede terminar en un proceso infeccioso e, incluso, en un absceso
mamario (presencia de pus).
Entre un 10 y un 15 por ciento de las mujeres que amamantan pueden
desarrollar mastitis relacionada con la lactancia. Esta suele presentarse en
los primeros tres meses posteriores al parto e, incluso, en la primera
semana.
Señales de la enfermedad
Es importante prestarle atención a síntomas como dolor en uno de los senos,
sensación de calor, enrojecimiento de la piel de la mama, fiebre y, en el
peor de los casos, secreción purulenta, es decir, cuando se forma absceso,
caso en el cual se requiere drenaje.
La formación de este último se presenta, por ejemplo, cuando a la mujer le
cuesta trabajo seguir amamantando a su bebé por el dolor y endurecimiento
del seno, favoreciendo la acumulación de la leche, que al estancarse, puede
provocar una infección.
A partir del diagnóstico, se inicia tratamiento con antibióticos que dura,
en promedio, de 7 a 10 días.
De igual forma, se aplican compresas de calor en el área inflamada. La
mujer debe intentar sacar la leche del seno afectado, hasta vaciarlo por
completo, pero no amamantar al bebé por este, sino por el seno contrario.
Es clave, igualmente, que aumente el consumo de líquidos.
La mayoría de mastitis agudas se resuelven con medidas locales y
antibióticos; un porcentaje no mayor al 10 por ciento puede terminar en un
absceso mamario.
¿Se puede prevenir?
Existen factores de riesgo para desarrollar esta enfermedad benigna como:
mastitis después de un embarazo previo, grietas en el pezón, técnicas
inadecuadas de alimentación (por ejemplo, utilizar solo una postura para
amamantar al bebé) o usar un brassier demasiado ceñido que llegue a obstruir
el flujo de leche.
Teniendo en cuenta lo anterior, es recomendable que la mujer, al amamantar a
su pequeño, procure que este desocupe por completo sus senos.
Saltarse una toma puede favorecer su congestión; por eso, es importante
mantener la rutina, acorde con las necesidades del infante.
En caso de que los senos se congestionen, son útiles los paños de agua tibia
para distensionar la piel del seno -hacerlo durante cinco minutos-.
Asimismo, es recomendable limpiar la saliva del bebé con un poco de agua
estéril después de cada toma.
No sobra tener en cuenta otra precaución: utilizar algún tipo de protector
que evite el contacto directo del pezón con el brassier.
Si no es posible amamantar...
Cuando la paciente no puede alimentar normalmente a su hijo, debe
extraerse la leche con un mamador para evitar que esta se acumule.
Normalmente, la mujer produce leche a partir de la succión continua del
infante. Cuando este no lo hace, es a ella a quien le corresponde estimular
la salida del líquido. Por tal motivo, es recomendable que se la saque cada
dos o tres horas. Así mantiene el estímulo de succión y favorece la
liberación de oxitocina y prolactina, que son las dos hormonas encargadas
del proceso.
Esta rutina le permitirá, en la práctica, lograr que paulatinamente salga
mayor cantidad de leche hasta el punto de tener una reserva.
Otros tipos de mastitis
Además de aquellas relacionadas con la lactancia, existen otras que se
presentan cuando hay una patología benigna en los conductos galactóforos de
la mama, que hace que se se dilaten.
Es frecuente en pacientes fumadoras y se manifiesta, generalmente, por
abscesos o fístulas que se producen alrededor de la areola. Esto se
contrarresta con calor local y antibióticos.
Otras mastitis se presentan en mujeres de cualquier edad y no están
relacionadas con lactancia. Las causas no son muy claras y se aduce que
están relacionadas con la tuberculosis o la sarcoidisis.
En este caso, es importante hacer un diagnóstico diferencial con cáncer (se
realizan biopsias), pues esta clase de mastitis se puede confundir con dicha
enfermedad.
Sus síntomas son enrojecimiento del seno, inflamación y secreciones por el
pezón.
Asesoría: José Joaquín Caicedo, mastólogo; Edgar Acuña, ginecoobstetra y
María Constanza Castilla, pediatra experta en lactancia materna .
CONSEJOS PARA ALIMENTAR AL BEBÉ
El recién nacido debe succionar un seno hasta desocuparlo por completo,
permitiéndole que se alimente de la porción grasa que va al final de cada
mamada.
Se debe colocar cada tres a cuatro horas por espacios cortos. Luego de 24
horas y durante el tiempo de lactancia exclusiva, la alimentación debe ser a
libre demanda, es decir, cada vez que el bebé lo solicite.
La mejor posición para alimentarlo es aquella con la que la mujer se sienta
más cómoda. Sin embargo, existen algunas recomendaciones: la cabeza del bebé
debe estar en el pliegue del codo del brazo de la mamá, el brazo del bebé
atrás (abrazando), la mano de ella debe sostener las nalgas del pequeño y el
abdomen de ambos debe estar en contacto, ombligo con ombligo.
Un 'buen agarre' del pezón garantiza el 80 por ciento del éxito de
lactancia. Necesita de una boca completamente abierta y que la punta del
pezón toque el paladar blando del bebé (la parte más posterior del paladar).
Los labios del niño deben abarcar toda la areola.
El sueño ayuda al sano crecimiento
Sin importar el cansancio tras el parto, usted siempre querrá detallar a su
pequeño y conocer el color de sus ojos.
Pero él necesita recobrar la energía que le tomó salir del vientre y,
durante su fase de maduración cerebral, dormirá la mayor parte del día y la
noche. Asimismo, se despertará a comer cada 3 o 4 horas.
El bebé puede pasar su primer día de vida en los brazos de Morfeo y así será
hasta los 3 meses, cuando se acostumbre a dormir entre 16 y 18 horas diarias
al estabilizarse, naturalmente, el ritmo circadiano (ritmo o reloj biológico
que permite que el organismo diferencie entre el día y la noche).
"Que los padres sigan rutinas ordenadas en casa y que, además, manejen
expectativas realistas a la edad del niño estabiliza el ritmo circadiano
para que duerma toda la noche”, explica la sicóloga especialista en
desarrollo y crianza, Paula Bernal.
Así, a los 6 meses (cuando el bebé ya no necesita comer cada 3 o 4 horas) no
será necesario despertarse a lo largo de la noche para alimentar al niño,
excepto en los casos que indique el pediatra.
A pesar de las particularidades, los expertos sugieren que cuando el bebé
tiene entre 1 y 4 semanas de vida, debe dormir entre 15 horas y media y 16
horas y media; entre los 4 y 12 meses, entre 14 y 15 horas (10 a 12 horas en
la noche y 4 o 5 en el día); de 1 a 3 años, entre 11 y 14 horas por día (10
a 12 horas en la noche y 2 a 3 en el día); y entre 3 y 6 años, 10 a 12 horas
en la noche, sin siesta diurna, pues esta solo se hace hasta los primeros 4
meses.
Un monstruo debajo de la cama
Las pesadillas aparecen hacia los 2 o 3 años. Ocurren en la fase MOR del
sueño (movimiento ocular rápido) y se asocian con miedos normales de la
niñez.
“Son momentos en que hay conciencia de los peligros que acechan en la
cotidianidad. A los 2 años, son los monstruos de la televisión; a los 4,
personajes como brujas y a los 7, amenazas reales como ladrones o riesgos
físicos como muerte propia o de sus padres”, dice la sicóloga especialista
en infancia, Cecilia Zuleta.
Aunque son normales, los padres pueden prevenirlas y manejarlas. “Deben
prepararse: contar con un monitor o tener su cuarto cerca al del niño para
escuchar si grita y atenderlo”, explica la sicóloga experta en desarrollo y
crianza, Paula Bernal.
Acuda ante sus gritos
Hable con él de la pesadilla; así salen a flote los miedos del menor y
sentirá que hay una solución, gracias a la compañía de los padres.
Nunca desvalorice a su hijo por tener pesadillas. Dígale que usted lo
protege y entiende su miedo; que es seguro donde está y que puede volver a
dormir.
Quédese mientras se tranquiliza y/o se duerma. Cantar y leer un libro,
ayuda. No lo despierte. Usted solo debe estar con él si se despierta; si no
lo hace, espere, por lo general, sigue durmiendo.
No permita que el niño pase a la cama de los padres; de este modo se generan
hábitos inapropiados y el menor interioriza que su cama no es segura.
Si son recurrentes, acuda a un profesional en sicología infantil.
“En ocasiones, los conflictos familiares, el abuso o las enfermedades son
muy estresantes y pueden expresarse a través de las pesadillas”, agrega
Bernal.
Cree una rutina de buenos hábitos de sueño; dé siempre las ‘buenas noches’ y
dígale a su hijo que lo ama.
'' No pierda la paciencia. Un niño asustado necesita amor y seguridad, no
regaños o reproches. Eventualmente, las pesadillas desaparecerán”.
Paula Andrea Bernal, sicóloga experta en desarrollo y crianza.
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