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Zalamea Borda, el guajiro

Luego de cien años de su nacimiento, pareciera que todavía no se reconoce en este país la importancia de Eduardo Zalamea Borda. O sí. En algunos círculos cerrados, Cuatro años a bordo de mí mismo es una novela de culto. Pero las editoriales pocas bolas le paran a esta tremenda y atípica novela.

CRISTIAN VALENCIA
Porque es una novela moderna, porque es una novela de mar, porque es una
novela de La Guajira. Y porque fue escrita por un joven de 26 años, que a
sus 17 se fue de viajero al Caribe para mitigar desencantos. Un intento de
suicidio en una Barranquilla glamorosa le encendió la alarma. Y se voló del
hospital hacia Puerto Colombia con ánimo de embarcarse hacia el norte. Puso
su adolescencia a prueba y se fue metiendo en La Guajira. Convocó la
aventura para salir del hastío, ese viejo esplín instalado a sus anchas en
el ánimo. Y vivió en La Guajira, vivió esa península hermosa durante cuatro
años. No se fue de cronista ni de novelista, quiso remover cada uno de los
rincones del alma, poniendo distancia con aquel Eduardo que moría de frío en
la Bogotá de entonces:
“Yo, que durante tanto tiempo roí esta tierra con los dientes duros y
fuertes de la ansiedad, lloro ahora por la ciudad que abandoné lleno de
odio”.
Cuatro años a bordo de mí mismo se publicó en 1934 y fue mal acogida por la
pacata crítica de entonces. La tildaron de pornográfica y con ello la
acabaron. Impidieron a las generaciones venideras el goce de su lectura. La
ocultaron de alguna manera para todos los adolescentes que vendrían,
desasosegados también; sin poder mirarse en aquel espejo erótico, lleno de
sal caribe, lleno de vida. Ocultaron, de paso, a la nación wayú, porque
Eduardo no sólo la incluye en la novela sino que la hace protagonista. Y se
enamora una y mil veces de sus mujeres:
“¡Qué bella! Geométricamente perfecta, con su manta que la desnuda y la boca
roja, tensa, ceñida, apretada en un imaginario mordisco. Brazos en cilindros
y ángulos. Senos temblorosos y duros, que perfuman la noche. ¡Cabellos
lacios, duros, empapados con aceite de coco! ¡¡¡Oh el aceite de coco,
lubricante eficaz del deseo!!!”
Si hoy en día, desde Bogotá, La Guajira todavía parece un lugar mítico,
imaginen lo que podría parecer en 1924. Es un verdadero placer poder ver la
Colombia Caribe de entonces en las páginas escritas por Eduardo. Un mar
Caribe que se usaba mucho, inundado de barcos de cabotaje, de avezados
capitanes, de marineros bravíos, de cantinas y rones, de perlas, de mitos
indígenas, de salmineros, de amores furtivos, de exóticas mujeres que hacían
enloquecer a los hombres. Y el mar se usaba tanto porque no existían
carreteras. Y nacía la nación Caribe en ese entonces. Eduardo nombraba,
quizá por primera vez, aquella Colombia desconocida, que al sol de hoy sigue
siendo desconocida. Porque pocas personas conocen El Pájaro, El Cardón,
Bahía Hondita o El Cabo.
En vano esperamos un homenaje al gran narrador y cronista. Su aniversario
pasó sin pena ni gloria. ¿Dónde están los editores de este país, que
dejaron pasar sin empacho esta oportunidad para reeditar semejante novela,
como si no hubiera existido? Pero existe. Y en su estructura es moderna, y
en su lenguaje, y en sus temas, y en la manera de mirar y en su bello
desencanto. Los dejo con un aparte del final. Para que se antojen. Ojalá la
compren, la busquen de segunda en baratillos. Y la lean, cómo no.
“(…) He visto la tragedia, el parto, el beso, el amor y la muerte; he
sentido el grito de felicidad de la mujer poseída y el grito de dolor del
hombre que se suicida; he gustado los sabores de las comidas rudas y el
sabor dulce, agrio y amargo del hambre; he tocado senos de bronce, pieles de
maní, manos generosas de hombre; y cabos de cuchillos y de revólveres, y
conchas de perlas (…)”.
cristianvalencia@yahoo.com
CRISTIAN VALENCIA
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