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EXITO EN GINEBRA

Nunca cupo esperar que la Ronda Uruguay del Gatt, tras siete años de laboriosas negociaciones, culminara aboliendo de una plumada los subsidios a la producción agropecuaria, la reserva de los mercados para determinados artículos y servicios y las restricciones arancelarias y no arancelarias al comercio mundial. Necesariamente debía llegarse al avenimiento de las numerosas partes, grandes y pequeñas, en virtud del cual se marchara hacia el norte de la liberación, a través de un proceso escalonado de concesiones recíprocas. Quizá solo en América Latina se creyó que podía consistir en un acto instantáneo de simultáneas y no compensadas renunciaciones unilaterales.

Al éxito final de la Ronda Uruguay contribuyó sin duda el clima de recesión en Europa y el temor de verlo extendido al resto del mundo. Aunque cada país, principalmente los más avanzados, lucharan por sacar adelante sus intereses nacionales, era mucho lo que podían perder en una guerra comercial o en una depresión de las características de la de los años treintas. El límite permisible de la disputa por los mercados era aquel en que se frustraran las esperanzas de obtener de ellos máximo beneficio y de multiplicar las oportunidades de empleo.
La dificultad de un arreglo tan vasto y trascendental no radicaba tanto en disuadir la tentación de crear escollos proteccionistas al intercambio como en lograr el desmonte de los mecanismos de tiempo atrás en pleno funcionamiento. A la gradualidad concertada hubo de recurrirse, singularmente en materia de subvenciones a la producción agropecuaria, y, en cuanto a las cuotas o contingentes de importación, a su conversión progresiva en aranceles, vale decir en gravámenes fiscales.
El acuerdo de Ginebra constituye significativo avance en cuanto estimula las corrientes del comercio, vivifica la economía mundial y consagra medios para la solución de los conflictos. No parecía perspectiva halagadora el choque ruinoso de los bloques económicos en acelerada formación. Para convivir y colaborar entre sí, se requerían adecuadas normas de juego, no menos que árbitros para dirimir los litigios e instancias para velar por el cumplimiento de las obligaciones contraídas.
No obstante haber sido demasiado radicales y casi inconciliables las posiciones, cabe reiterar que obedecieron al propósito de ver de insertar las respectivas conveniencias nacionales en un sistema multinacional, con sentido pragmático y menos ideologista. De llegar a transacciones honorables, sobre la base de un mínimo común denominador, sin perder de vista los principios fundamentales. Genéricamente, de reactivar el comercio y la economía planetarias, con el objeto de promover una etapa de crecimiento, prosperidad y empleo similar a la que se vivió después de la segunda guerra mundial.
Mercados tradicionalmente cerrados como los asiáticos accedieron a abrirse. Europeos y estadounidenses acordaron disminuir, aunque muy poco a poco, sus regímenes de subsidio, tan generosos para cereales, productos lácteos, azúcar y carne. A trueque de la apertura en servicios y de la excepción del área audiovisual, Francia hizo al fin concesiones en su intransigente postura agropecuaria. La Unión Europea aceptó elevar el cupo para la introducción del banano latinoamericano y los países productores retirar su demanda ante el Gatt. Los aranceles aduaneros serán en lo sucesivo más bajos y las otras barreras irán atenuándose o desapareciendo. No en vano un sentimiento de optimismo recorre el mundo. Por lo que se evitó y por lo que se ganó.
Países en desarrollo
Obviamente, en un marco general de esta naturaleza, hay que situar a los países en desarrollo. En particular, a los de América Latina que, al revés de los asiáticos, perdieron la década de los ochentas por causa de la crisis de la deuda. Siendo su destino ascender a la civilización industrial, no han de resignarse a sus solos recursos naturales. Ni a sus tradicionales ventajas comparativas que, al no evolucionar dinámicamente, los condenarían de por vida a menguada condición tributaria.
En realidad, las importaciones de América Latina, en los últimos tres años, han crecido más que en ninguna otra región en desarrollo. No así las exportaciones. A cubrir el déficit comercial con inversión extranjera de capitales se ha venido jugando. En lo tocante a Colombia, con los flujos provenientes de la actividad en torno de sus yacimientos petroleros. Será lo sano y perdurable? O, por el contrario, se hará indispensable volver los ojos a la promoción y diversificación de exportaciones? A éstas ha vinculado Estados Unidos su política de empleo. También los asiáticos, con resultados admirables.
España se fio por años del ingreso de capitales más que del producto de las exportaciones. La vulnerabilidad de semejante estructura no demoró en advertirse. La ausencia de una fuente de recursos propios la expondría a contingencias como la que ahora sufre, con una desocupación de más del veinte por ciento de su fuerza laboral. No sigamos el mismo camino, ni siquiera en gracia de las proximidades de la bonanza petrolera.
Somos los latinoamericanos, somos los colombianos apetitoso mercado para la producción extranjera. Lo serán parejamente los foráneos, los asiáticos por ejemplo, para la nuestra? Valdría la pena establecerlo, aunque el horizonte se nos haya ampliado, especialmente con Venezuela y con las preferencias otorgadas por Estados Unidos y la Unión Europea.
No hayamos de permanecer al margen de los beneficios del proceso de liberación comercial, creando puestos de trabajo para los demás a costa de las posibilidades propias y consumiendo sin tasa sus mercancías. Siempre, en reconocimiento de sus circunstancias, se contempló en el Gatt un régimen de favor para los pueblos en desarrollo.
Rusia
A semejanza de lo ocurrido en otras partes de Europa del Este, en Rusia germinó el ultranacionalismo al favor de la inconformidad y el desempleo. Desde fuera, se había recomendado, y exigido, la terapia de choque para el tránsito del comunismo al capitalismo. Según la fórmula del economista de cabecera, pasar intrépidamente de un salto el río.
En Polonia, los resultados fueron adversos. En Rusia, si bien la nueva Constitución de Yeltsin consagra poderes presidenciales que garantizan su gobernabilidad, un populismo de extrema derecha, con amenaza atómica al fondo, obtiene la más caudalosa votación. En Moscú se ha dicho: como Hitler en su tiempo.
El senador estadounidense Robert Dole se preguntó, antes de las elecciones rusas, si no se habría puesto demasiada presión a través del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, cuya visión política se enturbia muchas veces con la rigidez de sus doctrinas y técnicas. Se dijo que no. La inflación habría empezado a ceder. La economía a reactivarse. Pero lo que ha salido de las urnas, el éxito de las promesas de salvarse avasallando a otros, incita a reflexionar, prevenir y obrar con menos apremio.
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