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DÓNDE ESTÁ EL ENEMIGO

La subversión ha decidido desembozar su nueva estrategia. Antes que a los objetivos estrictamente militares, se orienta ahora, en forma selectiva, valiéndose del instrumento del terror, a los de naturaleza institucional y civil. Lo que le interesa, en esta etapa, no es el asalto a las poblaciones o puestos de policía, que en fin de cuentas no le deja mucho provecho. Mejores frutos cosecha del proselitismo armado, que le ha permitido apoderarse de alcaldías y cabildos, cada vez en mayor número e importancia. Aquí, en Bogotá mismo, va camino de quedarse con la administración de tres alcaldías locales, nada menos. A tal punto, que el Procurador General de la Nación ha llegado a proponer la revisión de la elección popular de alcaldes.

Asesinan dirigentes políticos regionales, para someter al salario del miedo a quienes cumplen la penosa tarea de movilizar el aparato electoral de los partidos. Intimidan a autoridades judiciales. En las zonas donde predominan los grupos de gentes que abandonaron las armas y se someten al Estado de Derecho, crean el caos matándolos, como a piezas de caza, para destruir cualquier puente que pueda conducir al entendimiento civilizado.
Han llegado a la criminal osadía de sacrificar la vida de un senador para notificarle al Congreso que están dispuestos a impedirle cumplir con sus deberes constitucionales. Por lo pronto, en lo concerniente al orden público, cuyas normas las quieren a la medida de sus intereses. Esto es, que no estorben la actividad delictiva. Pero si la brutal audacia tiene éxito, se convertirán en colegisladores.
Movilizan, al mismo tiempo, a organizaciones no gubernamentales y algunas gubernamentales para enervar la acción de la autoridad o glosar proyectos de ley. Cualquier argumento es válido: inconstitucionalidad, derechos humanos, inconveniencia. Es de ver el furor con que cuestionaron la iniciativa de establecer unidades investigativas de la Fiscalía General de la Nación en los mandos castrenses, orientadas a agilizar, cuando no a posibilitar, el juzgamiento de los subversivos capturados en combate. La verdad es que si alguna garantía ofrecía la medida, además de la pronta justicia, era la del respeto a los derechos fundamentales.
Mientras tanto, desde la misma cárcel, uno de los dirigentes de las bandas armadas aprehendido por la fuerza pública lanza una declaración de guerra a muerte contra las autoridades, por sí sola constitutiva de delito. El hecho es tan insólito, que el director de uno de los organismos de seguridad muestra, con toda razón, su sorpresa de que esta clase de pronunciamientos se hagan desde los sitios de reclusión del Estado.
Ante una estrategia como esta, dirigida a todos los espacios de la vida nacional. Que nos compromete por igual; que llega a las ciudades y a los campos, cuál es la respuesta de la sociedad civil, de sus dirigentes? En primer término, como es de usanza, quejarse de la efectividad de las Fuerzas Armadas. Declarar que la guerra se ha perdido y que no hay salida distinta de la de negociar los términos de la guerra que no los de la paz con las bandas armadas.
Se olvida que en la nueva forma de actuar de la guerrilla, el objetivo estrictamente militar pasa a segundo plano. Y que, en él, la fuerza pública está haciendo lo que le corresponde. Lo que sí resulta inquietante es que se desconoce la responsabilidad que radica en quienes no vestimos uniforme, sin que por ello tengamos menos compromiso con los resultados.
No hay una actitud solidaria con las instituciones. De decidido rechazo a los propósitos de la violencia organizada. Si no, que lo diga la indiferencia con que se registró el último e incalificable atentado a las instituciones: el asesinato de un parlamentario y la amenaza contra la vida de los restantes miembros de las comisiones primeras de las Cámaras. La sociedad, sin distingo, ha debido hacer sentir su identidad con el Congreso. Sin embargo, fue escasamente un episodio más de los muchos que agitan la vida nacional.
Son estas las ocasiones en que la postura elusiva, el arte de no llamar las cosas por su nombre, en que se han vuelto expertos los colombianos, luce con todo su esplendor. Si asesinan a un político en campaña, surge la voz de quienes se lo atribuyen a los grupos llamados paramilitares. Si a un miembro del Congreso, se dice que es necesario esperar la investigación exhaustiva , para no comprometerse con opiniones. Si son las matanzas sistemáticas, programadas, de ex guerrilleros, se hace un llamado a la población civil para que asimile el lenguaje de la tolerancia. Parece una auténtica comedia de equívocos, en la que nos referimos a lo que no es y nos dirigimos a quien no toca.
Por eso, tal vez, lo que mejor identifique la realidad es la frase célebre de Pogo, general y Primer Ministro japonés en la Segunda Guerra Mundial: hemos encontrado al enemigo. Somos nosotros .
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