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EL LOBBY: LA PERVERSIÓN!

Era lo último que nos faltaba, para acabar de prostituir a una clase política de por sí ya pervertida por los grandes grupos económicos cuando no aún peor por los dineros calientes de la mafia.

D ARTAGNAN
Establecer el lobby en Colombia es decir, institucionalizarlo, en el seno del Parlamento y como parte del proyecto del Estatuto del Congresista, que se comenzará a discutir en marzo, puede ser la ruina definitiva para una clase política permeable al cabildeo de los grandes grupos de interés. Pues sería la consolidación de legislar para unos pocos (para aquellos, precisamente, que pueden hacer lobby), en detrimento de los intereses de la comunidad. Esto es, sería como legalizar el hecho de que, en adelante, los intereses de los particulares estuvieran por encima de los generales, en materia de normas, rompiendo de tajo nuestro modelo constitucional de igualdad jurídica ante la ley.
El presidente del Congreso y presidente a su vez de la Dirección Liberal Nacional, Juan Guillermo Angel, dice que no. En Colombia según Angel tenemos un puritanismo rarísimo: las cosas se permiten siempre y cuando no se vean. Mi propuesta es reglamentarlo, hacerlo obligatorio. Que si los señores de la Andi le están pagando a un señor para que haga cabildeo, que eso se sepa .
El problema no es simplemente cuestión de puritanismo. Es cierto que, ahora, con motivo de la Ley de Televisión, fue impresionante el cabildeo que se presentó, producto de los marcados y diversos intereses que había en juego. Pero si así se van a discutir y aprobar todas las leyes, vale decir a punta de ver quién tiene más fuerza y poder para cabildear más y mejor, nuestra famosa democracia participativa será, ahí sí, verdadera farsa. Pues ya ni siquiera sería representativa (de los intereses comunes), sino selectiva y elitista.
La mejor demostración de lo anterior es el caso de los Estados Unidos. Allí, donde tantos cacareo y alarde se hacen de las bondades del famoso lobby, se ha convertido la política en un peligroso asunto de dependencia, en el que el derroche de las relaciones públicas es, pese a las sumas que se gastan, casi lo menos grave.
Y tan grave se ha vuelto el lobby en E. U. que, durante su campaña presidencial, el propio presidente Clinton propuso reformar esta figura, frente al daño que ha hecho a la actividad política y, concretamente, a la parlamentaria. Es muy probable que ya a estas alturas le quede difícil emprender su promesa, pues son los congresistas los primeros interesados en que eso no se toque; pero recuerdo que Clinton ofreció imponer varias prohibiciones, ante el hecho de que un alto funcionario del Gobierno de Bush había sido una vez terminado éste contratado por una compañía japonesa para practicar lobby, aprovechando los contactos y amigos que había logrado hacer cuando estuvo trabajando en la Casa Blanca.
Sí. El lobby, en sus inicios, tenía, como todo, origen benigno e intención sana. Su propósito era el de que grupos sociales como los negros, las feministas, los ecologistas, etc., tuvieran forma de que sus inquietudes y pretensiones fueran escuchadas y atendidas. Mas, con el transcurso del tiempo, ese objetivo de defender los intereses de la gente organizada en E. U. se fue desfigurando en forma alarmante, hasta constituirse en lo que hoy son especialistas los árabes y japoneses: en ejercer el famoso foreign lobbies .
Todo esto, claro está, se hace ceñido a la ley. Bordeándola, pero sin salirse de ella. De manera que los congresistas gringos han pasado a convertirse en una especie de buenos trapecistas, para no incursionar en la frontera del posible delito de soborno, que es en el fondo a mi juicio de lo que se trata el lobby. Pues aunque no reciben dineros directamente, sí lo hacen a través de los PAC (Political Action Comitties), que se comportan como las antiguas fundaciones de nuestros padres de la patria, cuando éstas se nutrían sin disfraces de los famosos auxilios parlamentarios.
Pero no. Pese a que ya se sabe que aquí existen grupos económicos que, a su manera, tienen metidos en su bolsillo a algunos varios de nuestros congresistas, aparte de a quienes les ayudan con aportes a sus campañas, institucionalizar el lobby en Colombia puede ser el golpe de gracia para acabar de sepultar la independencia y pretendida honestidad de la clase política. Si en los propios E. U. meca de la democracia ha generado las distorsiones denunciadas por Clinton, esa lagartería sufragada generalmente por el gran capital, acá sería funesta, por los intereses que encierra, para la transparencia indispensable de nuestras normas y leyes.
De modo que yo le recomendaría al senador Germán Vargas Lleras ponente del proyecto del Estatuto del Congresista que abra bien sus ojos antes de dejar introducir este verdadero orangután que, de acogerlo, constituiría la auténtica aberración de hacer política en adelante, para pagar exclusivamente los favores recibidos. Y punto.
D ARTAGNAN
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