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Emo, la identidad no va al colegio

¿Qué pasó con el ‘emo’ depresivo y contestatario que el fin de semana se paseaba por la calle? Es inevitable hacerle la pregunta a Camila Vásquez, de 15 años y estudiante de la Normal Superior Montessori de Bogotá.

Redacción El Tiempo
Camila y algunos de sus compañeros de grado décimo suelen andar vestidos con
chaquetas oscuras, pantalones ceñidos, camisas estampadas con palabras
tristes, zapatos decorados con calaveras y, lo más notorio, una melena que
les tapa la cara.
Pero en clase o en prácticas pedagógicas, la uniformidad los golpea.
Los ‘punk’, que a veces son sus rivales, van al mismo curso y se sientan al
lado. Y de no ser por un par de detalles en sus peinados o sus accesorios
–que los profesores usualmente no captan– cualquiera diría que son un grupo
de jóvenes muy homogéneo, muy estable.
“Hay uniformes establecidos, y los muchachos los tratan de personalizar. Eso
no se les impide hacer, siempre que cuiden su imagen”, dice Guillermo
Montenegro, rector del colegio público Aldemar Plazas de Bogotá, quien asume
las diferencias de sus 2.500 adolescentes como gaje del oficio.
“Son muchachos. Están en una edad de exploración y tenemos que evolucionar
para entenderlos”, comenta Montenegro.
Lo cierto es que, independiente de la situación de cada colegio, el discurso
conciliador de maestros y directivos al ser consultados sobre el tema de las
pintas extremas no parece coincidir con la práctica pedagógica.
Eso creen investigadores como Raúl Infante, de la Pedagógica Nacional, y
Manuel Roberto Escobar, de la Central.
Según Escobar, quien lideró recientemente una investigación minuciosa en 16
colegios públicos de la capital del país sobre la relación entre culturas
juveniles y pedagogía, lo que impera en los colegios es la negación de esas
expresiones.
“Hay muchas agrupaciones juveniles: metal, ‘skinhead’, antitaurinos, ‘rude
boys’, ‘hip hop’... otros como emisoras, porristas, teatro, coros o
capoeira. Frente a esto, encontramos una gran estigmatización desde algunos
docentes”.
El mayor rechazo, según el estudio, es hacia la estética (forma de vestir o
hablar) y la ideología, de la que casi nada se conoce.
Sin herramientas
Rectores y profesores dicen que, al hablar de aprovechar las culturas
juveniles en las clases, suena más fácil decirlo que hacerlo.
Y el argumento es simple: ¿cómo lidiaría usted con un grupo de muchachos
cuyas identidades son tan disímiles: unos agresivos, otros depresivos y casi
todos herméticos?
Por ejemplo, la ‘versión extrema’ de la tendencia de Camila, la cultura
‘emo’, implica exhibir ante los amigos las cicatrices de autoagresiones y
hasta intentos de suicidio.
Ante eso, lo más sencillo es que los muchachos dejen esas identidades en la
casa, ya sean ‘emos’, ‘punk’ o ‘skin heads’, como lo han expresado varios
colegios incluso en sus manuales de convivencia.
“Eso es un problema serio. La escuela deja de ser interesante para ellos y
empiezan a considerar inútil ir al colegio porque no les habla de sus
mundos”, dice Escobar.
Raúl Infante cree que lo primero que deben hacer maestros y padres de
familia es dejar de ver a los menores como estudiantes. “Hay que verlos como
jóvenes”, dice.
“Para saber de la escuela, ¿quién mejor que un experto que lleva hasta 11
años en ella? Ese experto es el joven. Muy seguramente él tiene una visión
de lo que debe ser la escuela”, agrega.
Porque más que ir a aprender cálculo o geografía, un alumno va a la escuela
a establecer lazos de amistad y solidaridad, y su vida no se separa entre el
mundo de la casa, la calle y la escuela, piensa Escobar.
Cómo llevarla a clase
Raúl Infante, investigador y director del naciente programa de Educación
Comunitaria de la Universidad Pedagógica, investigó la manera como los
jóvenes ven el espacio escolar y de allí surgieron algunas técnicas útiles
para abordar las identidades.
“Es algo que deben hacer los colegios: ver qué piensan sus estudiantes a
partir de su identidad. Porque al definir la escuela desde el joven, importa
más el amor, la solidaridad o el deporte”, afirma.
Infante probó varias técnicas para hacer que las diferencias de identidad
salieran a flote en el ámbito escolar.
Algunas de ellas: jornadas de pintura, de murales o de pendones, que sean
exhibidos por los estudiantes como muestra de lo que les gusta, proyectos
escolares que impliquen grabar en video y exponer las actividades que
realizan con sus amigos por fuera del colegio y permitirles en ciertos
espacios el uso de camisetas con símbolos suyos.
“También dan buenos resultados la cuentería para visibilizar procesos
académicos y el relato escrito”, dice Infante.
Finalmente, los talleres de música, acompañados por exposiciones sobre el
porqué del gusto por ella, son otra buena técnica.
'No quiero que me traten como si fuera un número’: Camila
Empecé a ser ‘emo’ sin darme cuenta, porque escuchaba música de ese estilo
sin saber que existía una cuasi cultura ante eso.
Me gusta porque es una tendencia que habla de sentimientos y emociones y yo
soy así. El término ‘emo’ viene desde los años 80, por el rock pesado con
ritmos más lentos y letras emocionales.
Según las cosas que dicen en páginas de Internet y según como yo actuaba, me
di cuenta de que era así.
Siempre he querido ser diferente a los demás y todo el mundo quiere hacerlo
y se volvió moda. No sé por qué. La cosa es que uno por vestirse de esa
manera no es nada. No está tanto en el físico sino en lo que tú piensas y
sientas.
Las calaveritas en los zapatos significan que estamos tan cerca de la muerte
como del piso. Eso es lo que nos rige. No lo veo como una cultura, sino
estilo de vida, porque no está en el lugar en que nació.
En el colegio no me dejan usar ni chaquetas ni nada de eso. Lo único que me
caracterizaría sería el cabello tapando la mitad de la cara.
Los directivos del colegio no dicen nada, hay gente que nos odia por ser
‘emos’.
Cada persona tiene su estilo y sus metas, independiente de que esté
uniformada. Eso es para manejarnos, para que no hagamos cosas que
supuestamente no debemos. Cada persona da a conocer su identidad según el
cabello y como se pone el uniforme.
Tengo un amigo que es ‘punketo’ y siempre se la han montado por la cresta,
pero nunca le han dicho: aprovechemos lo que sabe. En materia de estudio,
uno es un número más.
En la casa, al comienzo, mis cuatro hermanos me trataban mal: qué le pasa,
por qué cambia así, por qué actua así. Pero se adaptaron. Quiero ser docente
y trabajar con niños especiales.
Camila Vásquez, estudiante de la Normal Montessori.
"Cada persona tiene su estilo, aunque esté uniformada. Eso es para
manejarnos, para que no hagamos cosas que supuestamente no debemos. Pero
cada uno tiene sus metas. Yo pienso ser profesora y trabajar con niños
especiales”.
Camila Vásquez, estudiante.
"Necesitamos maestros más preocupados por la vida de los estudiantes, que
respeten y den validez a lo que expresan”.
Raúl Infante, investigador de la U. Pedagógica.
Fernando Ariza / EL TIEMPO
Redacción El Tiempo
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