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ACUERDOS SOCIALES

El mes que comienza es pródigo en cuestiones de tipo social. Vencen muchas convenciones, se preparan o se entregan primas y, lo que es más importante, comienza el estudio del salario mínimo, cuya elevación se debate dentro de la pugna natural entre quienes quieren demasiado, y el Gobierno que busca estabilizar el alza para evitar un incremento desbordado en el costo de la vida. Es un problema que no sabemos por qué se presenta todos los años, cuando debería buscarse una fórmula y mantenerla por un lapso prudente para evitar las discusiones, los desacuerdos y las intemperancias que suelen surgir entre quienes intervienen en el tema del salario. En este año, el clima de un acuerdo social creado por el presidente Samper sirve de marco a lo que podemos llamar la normal discrepancia en la aplicación del nuevo salario mínimo.

Como es bien sabido, en las discusiones participan representantes del Gobierno, de la industria privada y quienes llevan la vocería de los trabajadores. Algunos de los encargados de luchar por las clases menos favorecidas han anunciado su retiro de la mesa de trabajo. Otros se quejan y siguen en el intercambio de opiniones. No es tarde para pedir a quienes buscan abandonar la sala de reuniones de manera precipitada creemos que con el fin de no comprometerse en el acuerdo final, que permanezcan en el intercambio y procuren que el salario mínimo para 1995 se acuerde de manera tranquila, casi como resultado de un consenso. Sería ésta la mejor demostración de cordura y daría notable pauta de tranquilidad social al próximo año que está ya ad portas.
Con serenidad, comprendiendo tanto los puntos de vista oficiales que buscan dar un golpe a la posibilidad de que lo acordado estimule la inflación, como la voluntad de los industriales de ceder pero con restricciones, y la aspiración de los trabajadores de pedir una suma a veces imposible de lograr, caben muchos acercamientos, si se procede con cabeza tranquila, con sentido económico y con generosidad. Está bien, pensamos, conceder a los trabajadores una suma que les permita mejorar su vida y esperar un mejor transcurrir como fruto de unas jornadas laborales bien cumplidas y bien pagadas. Los dos, capital y trabajo, deben comprender que el Gobierno está obligado a mantener un equilibrio nada fácil. Su tarea es forzar a una elevación que no ponga en peligro las partes y sobre todo sirva de freno moderado a sus inevitables implicaciones en el costo de la vida.
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