Esta mía de hoy va por él y por su memoria, con tres voladores de ocho totes cada uno, como esos que no alcanzaba a oír, pero que todos los años disfrutaba viendo reventar en noviembre, diciembre y enero, desde su tranquilo retiro en las colinas de Provenza.
Después de repasar todas las peripecias de su vida y de revisar su poesía, casi todos los antologistas han coincidido en señalar -en lo que es casi un lugar común- que el soneto a la Catedral de Colonia, es su obra maestra.
Desde el arco ojival de la portada, hasta la flecha que en lo azul palpita, cada cosa en su fábrica suscita el ansia de emprender otra cruzada.
Mole de encaje y de ilusión, cascada que baja de la bóveda infinita, surtidor que hasta Dios se precipita, Escala de Jacob, fuerza encantada.
Tiene tanto a la vez de piedra y nube! Su pesadumbre formidable, sube a la luz con tan ágil movimiento que se piensa delante a su fachada en alguna cantera evaporada, o en alguna parálisis del viento.
Sin duda es hermoso. No obstante, debo confesar que discrepo de todos los expertos. El soneto es impecable. Con una perfección casi masónica, según lo ha hecho ver el profesor Solano Bárcenas. Su emoción, fría quizás, es la de la inteligencia, la de la razón, la del erudito. Respetable y admirable, por supuesto, pero yo prefiero las otras emociones. Las emociones de verdad. Las emociones del corazón.
Por eso, siempre he insistido en llamar la atención sobre otro de sus sonetos, que aun cuando pocas personas lo conocen, creo que es lo más bello de toda su obra poética.
Lo escribió después de terminar Joyería , su libro favorito de poemas. Concluida su obra, después de recorrer la extensa galería de dedicatorias y declaraciones a todos sus amores platónicos, encontró que por alguna de esas extrañas travesuras de la musa, ninguno de sus poemas estaba dedicado al verdadero amor de su vida, Luisa, su esposa.
Sobre la prueba de imprenta, entonces, escribió, a mano, en endecasílabos y soneto, su más bella dedicatoria: A Luisa .
En este libro, que pulí con tanto esmero para ti, gema por gema, no hallarás, sinembargo, ni un poema, que diga de mi amor o de tu encanto.
Sobre otros temas lapidé mi canto, y tuve un canto para cada tema.
He copiado en mi lírica diadema todos los iris, del placer al llanto Y nunca, nunca te canté. Con graves palabras me dirás: Yo no te inspiro No. no es que falte inspiración. Tu sabes.
Es que las cosas que a decirte aspiro, son de aquellas tan hondamente suaves, que, menos que una voz, son un suspiro.
Por los últimos dos tercetos van otros tres voladores.
Acuso recibo de dos respuestas a mi columna anterior titulada Seis veces, por qué? , sobre la entrevista que concedió Gilberto Rodríguez Orejuela a la revista Time.
La primera la leí publicada en EL TIEMPO en la columna de ayer de Tom Quinn, corresponsal de Time en Colombia y autor de la entrevista.
La segunda la recibí el viernes en mi oficina en una carta firmada por el propio Gilberto Rodríguez Orejuela, que se publica en su integridad en la edición de EL TIEMPO de hoy.
Me comprometí en mi pasada columna a comentar en detalle sobre este asunto, cuando tuviera suficientes elementos de juicio para comprender lo que está pasando realmente con ese proceso. Mantengo mi compromiso. Por lo pronto el Fiscal tiene la palabra.