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LA HORA DE LA ECONOMÍA

ARCHIVO PARTICULAR
En lo que se refiere a cubrimiento, por los medios de comunicación, de los distintos temas que forman parte de la vida del país, mucho va de ayer a hoy. Hasta hace algunos años la política pura se llevaba la parte del león. Páginas enteras de los periódicos y secciones muy extensas en la radio y la televisión se ocupaban de relatar lo que había ocurrido en el Congreso, entre los partidos o dentro del Gobierno con puntillosa exactitud. Era la época de los grandes cronistas políticos considerados por todos -después de los poetas, que son otra especie en vias de extinción- como las figuras más prominentes del difícil oficio de escribir.
Sobre su trabajo, realizado por lo general de madrugada y no pocas veces bajo los estimulantes efectos del alcohol, se volcaba al día siguiente exaltada y ansiosa la opinión. Como no había grabadoras ni microondas y privaba el concepto sobre la imagen o la voz, el cronista político era más analítico que inquisidor. No se limitaba a preguntar. Tenía que describir, detallar e interpretar. Por eso era ante todo un intelectual cuya familiaridad con la política lo llevaba muchas veces a cambiar de ocupación. Entre periodismo y política existía una expedita red de vasos comunicantes y no era mal visto, como hoy, que un buen cronista se candidatizara o fuera llamado a ocupar una alta posición oficial.
A nadie le parecía extraño sino muy natural que Eduardo Santos o Alberto Lleras salieran del periodismo hacia el gobierno y de ahí al periodismo otra vez, ni se pensaba que hubiera incompatibilidad moral entre el severo Carlos Lleras y el travieso Bachiller Cleofás.
Muchos medios se fundaban con el expreso propósito de hacer política y otros eran ásperamente criticados cuando no le daban a ese tema absoluta prioridad. Aún recuerdo el pequeño escándalo que se formó por allá en 1949 cuando Semana le dio una de sus muy cotizadas carátulas a Candelita de Rojas, una modista de Medellín que, siendo mujer, había tenido la osadía de ofrecer sus productos -confecciones- en el exigente mercado de Nueva York. La indignación fue tal, que dos ediciones después la revista tuvo que explicar extensamente las razones, justísimas, por las cuales había hecho esa elección y no la obvia de reseñar en su historia central los últimos estertores de la política de Unión Nacional .
Hoy podría decirse que las cosas son al revés. Y que en importancia informativa la economía le ha arrebatado a la política el primer lugar. Quien hojée cualquier periódico puede darse cuenta de que los temas económicos cada vez colonizan más espacio en tanto que a los políticos apenas si se les destina una página en la que resisten valientemente al cerco utilitario que les tiende la publicidad. La política se ofrece en píldoras o en comprimidos, mientras que sobre economía se escriben largos ensayos que demandan tiempo y esfuerzo de parte de quienes los leen.
Ya a nadie se le ocurre fundar un gran periódico político porque sabe que la quiebra será la consecuencia de semejante temeridad. A las publicaciones especializadas en economía, en cambio, no les cabe un aviso más. Hasta los diarios más tradicionales le dan a la sección económica un tratamiento muy especial. Siguiendo la costumbre anglosajona, la editan en páginas de exclusivo y atrayente color salmón.
Todo esto, desde luego, no es casual. El auge publicitario de la economía obedece a que, casi sin darnos cuenta, el país cambió de objetivos, de prioridades y de percepción.
Hasta hace poco el Estado era el único gran empleador. Ser funcionario público establecía la diferencia entre sobrevivir y perecer. La llegada de un partido al poder significaba condenar a los miembros del otro a morir por consunción. Salvo casos especialísimos, hacer política era el equivalente de comer. Eso explica la violencia de las pugnas por el control del gobierno y la renuencia, más atávica que fundamentada, a hacer la oposición.
La política daba status, además de ocupación. Años atrás solo los altos funcionarios salían retratados en la prensa y tenían automóvil con chofer.\ Hoy no es así. Aunque la política sigue dando empleo, los jóvenes verdaderamente emprendedores ya no tienen como meta la nómina oficial. Cada vez más frecuentemente miran hacia el sector privado movidos por el estímulo del prestigio unido a una buena remuneración.
Hace poco la revista Dinero , que por cierto es un brillante y significativo ejemplo de lo que escribí atrás, publicó las tablas salariales de los ejecutivos y en ellas se ve por qué hoy es mucho más atractivo ser gerente o sub-gerente de una empresa importante que Representante o Senador. 19 millones de pesos o 14 o 10 de remuneración al mes, más carros, clubes, seguros, mucha influencia y una sustanciosa bonificación anual, pesan más que 2 o 3 millones en un trabajo por el cual hay que competir cada cuatro años y que ya no tiene el menor glamour. Hoy ser rico no solo da satisfacciones sino posición social. La política en cambio cada vez pierde más sex-apeal.
En la franja dorada de los ricos y los famosos dentro de la cual se mueven las revistas de corazón, los políticos raras veces logran clasificar. Y cuando así ocurre es porque, por derecho propio, forman parte del jet-set. Se los cotiza más por lo que comen que por lo que piensan y por su destreza en la escogencia de una corbata o de buen paño inglés que por su guardarropa mental.
Ahora bien: nada de esto sería preocupante si dispusiéramos de códigos de comportamiento que nos preservaran del riesgo de convertir en principio único la avidez. Infortunadamente no es así, y vivimos bajo una especie de ética calvinista pero sin ética, que explica muchos de los males del país. No se debe olvidar, además, que hay una economía vastísima y poderosa que se mueve al margen de la ley y que tiene como la más eficaz de sus armas la corrupción.
Por eso, así como los partidos empiezan a sintonizarse de nuevo con la moral y anuncian que expulsarán de sus organizaciones a quienes se porten mal, los gremios deberían proceder con idéntico rigor. En el sector privado también se necesita una severísima depuración. No hay corrompido sin corruptor. Y nada sacaría la nación si se limitara a castigar a los políticos deshonestos mientras actúa con manga ancha respecto a los empresarios y profesionales que les sirven a los delincuentes de cómplices o de testaferros sin ningún pudor.
Hoy por su misma importancia, extensión y movilidad, la economía tiene que cumplir una decisiva función moral. Es ya el sector líder de la actividad nacional. Y eso le impone obligaciones que van más allá de las de simplemente beneficiarse y devengar.
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