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PROVIDENCIA, ISLA AMENAZADA

Merece EL TIEMPO hoy una felicitación por su postura salomónica en el conflicto entre los promotores del proyecto urbanístico Mount Sinaí y gran parte de la ciudadanía de Providencia. Cumplió a cabalidad con los consejos de Jesús, uno el de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, a los anunciadores la publicidad pedida y a Providencia el apoyo debido. Otro, aquel en que el Maestro habló sobre la discreción en la práctica de la caridad; la mano izquierda que imprimió en tres páginas enteras el 8 de octubre el Suplemento Publicitario sobre el gran proyecto de Mount Sinaí en la isla, no debe saber nada de lo que escribió la mano derecha en Cosas del Día de la misma edición, defendiendo a Providencia. Lo primero, magnífica y hábil propaganda para un buen negocio, lo segundo, las conveniencias genuinas de la isla amenazada, la verdad. Y la verdad es que buena parte de la comunidad providenciana y sus gobiernos se habían opuesto desde hace muchos años a esta clase de

En Providencia la gente es pacífica, tolerante, hospitalaria, amable, generosa y muchas veces ingenua. Quiere compartir, con quien quiera venir, los encantos que nos prodigó la naturaleza pero dentro del concepto de un turismo de discreto perfil, hogareño, deportivo, ecológico, poco ruidoso y nada ostentoso, al que puedan ofrecerse sin lujos las comodidades básicas para gozar de un descanso completo tanto en lo físico como en lo espiritual. Y eso ha hecho Providencia por años, a contentamiento pleno de quienes nos visitan y siempre añoran volver.
Hay que aceptar que Providencia es de sus habitantes, descendientes de los ingleses que trajo el capitán Elfrith en el Robert en 1629 y de los españoles que la tomaron en 1641 al mando del Almirante Francisco Díaz de Pimienta para detener los desafueros de los piratas sobre su comercio. Durante casi cuatro siglos los isleños han moldeado, en su soledad, apenas aliviada por la lectura diaria de la Biblia, una manera de pensar y de vivir que no es fácil de entender para el forastero y que ellos no quieren perder. Aquí la gente cree ser feliz como es y con lo que tiene. Eso es lo más importante a que puede aspirar cualquier comunidad humana. Por ello la autoridad y la ley deben gobernar con gran aplomo y sutileza si se quieren evitar graves desarreglos emocionales y hasta políticos dentro de ella.
Tal vez una consulta popular en la isla sobre los grandes proyectos turísticos, muy fácil de realizar, sea la clave para evitar innecesarios traumatismos, resentimientos y conflictos: Vox populi, vox Dei.
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