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CARLOS HOLGUÍN MALLARINO

Tanto la pura doctrina como la escoria de nuestro glorioso partido conservador se esforzaron, sin mucho éxito, por conmemorar recientemente el centenario de la muerte de Rafael Núñez Moledo, el autor y gestor de La Regeneración, la coyuntura política que abrió de par en par las puertas de la hegemonía conservadora de medio siglo. Además de lánguida y grupista, la conmemoración fue notable por el azulado incienso y la nostálgica evocación de los viudos del poder. Un mes después asistimos a la conmemoración centenaria del fallecimiento de Carlos Holguín Mallarino, el activo gobernante que puso en marcha el ideal nuñista durante el cuatrienio 1888-1892.
Con tino, sagacidad y acierto, halló Núñez en Carlos Holguín al heredero de su revolcón político, esto es el gran trasteo del radicalismo romántico y utópico a las aguerridas toldas conservadoras. Fue la gran traición que jamás olvidó y perdonó, entonces y ahora, el partido liberal aunque alguna prominente excepción confirme la regla. Porque Núñez fue su hechura y del liberalismo recibió todo, hasta la presidencia de la república. Ante el desastre liberal de La Humareda , el sinuoso y habilidoso político cartagenero con tal de perpetuarse en el poder propició el autogolpe de Estado de 1885, llamado El Balconazo , al decapitar el estatuto constitucional de 1863, bajo cuya égida gobernada legítimamente, con su célebre frase: La Constitución de Rionegro ha dejado de existir .
Erguido, diferente e incólume en su doctrina fue Carlos Holguín. Conservador por tradición, por convicción y devoción, fue la pluma ácida y el verbo candente que fustigó al radicalismo en el gobierno. La formación jesuítica, el ancestro hispánico y la disciplina intelectual rígida y ortodoxa, además de su apuesta e imponente figura, le señalaron el sitio de honor en el nuevo orden conservador al lado de su tío el presidente Mallarino, de su hermano Jorge, también gobernante por encargo y del señor Caro, su cuñado, conciencia doctrinaria del partido conservador.
Al entregar el mando dijo Holguín: En los cuatro años que he gobernado no se ha oído un disparo de fusil, no se ha derramado una gota de sangre, ni se ha vertido una lágrima. Dejo la república en paz y no he contraído deudas . Todo ello es cierto como también fueron ciertas las estampidas de ciertos caballos que atropellaron los derechos humanos, las libertades públicas y las garantías sociales del liberalismo, entonces sufrida y perseguida colectividad, sobre todo en sus jefes y en su prensa, que padecía el exilio en su propia patria.
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