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Es que hay mucho caco, ¿no?

Cuando vi en el titular ‘... por el honor y la vida’ imaginé que se trataba de preservar ambas cosas en la ‘narcopolítica’ o en los secuestros guerrilleros o en los escasos juicios sobre corrupción que transitan como tortugas en los estrados. Grave error. Se trataba de lo que tenía que ocurrir en un partido de fútbol en el que la norma colombiana se impone: siempre nos faltan cinco para el peso, pero cuando sólo tenemos cinco, ya decimos tener el peso.

Qué le vamos a hacer. Parece ser que el honor y la vida no son salvables,
sino principios excluyentes en nuestros dilemas cotidianos. Sobre todo,
después de oír a uno de los que firmaron el pacto secreto de Ralito cuando
preguntó si era mejor ser un héroe muerto o permanecer vivo. Mala opción
para un connotado político que escoge vivir de rodillas o corriendo, en vez
de defender los principios que casi todos los colombianos deseamos.
De una manera o de otra, los que firmaron ese documento han tenido distintas
excusas traídas de los cabellos: se trataba de una lista de asistencia,
firmaron en blanco, tenían un cañón en la sien o, la peor disculpa, pensaban
que el documento no tenía nada de malo. Quieren aparecer como inocentes o
como liebres que corrían asustadas por los cañones. ¡Vaya hombres públicos
que tenemos! Parecen olvidar a Guillermo Cano y a tantos más que,
honestamente y sin huir, han defendido la idea de tener un país mejor.
Los que firmaron sabían lo que hacían, así –como Mancuso en otro nivel de
gravedad– no digan lo que realmente hicieron. Los firmantes se acomodaron,
transigieron y algunos de ellos se asociaron, bajo la sombra de una ética
laxa y delincuente.
Por la boca muere el pez. Por ello uno se aterra con las frases que dicen
las personas que desempeñan papeles de responsabilidad. Que el firmante diga
que no es malo refundar la sociedad en asocio con una banda de asesinos se
explica porque quiere evadir responsabilidades. Pero, ¿qué quiere el
Ministro de Gobierno cuando dice lo mismo?
Se dicen las cosas como si las palabras no tuvieran peso. Cuando nuestro
Ministro de Defensa dice que sabe que Ingrid Betancur está viva y está bien,
parece más la frase de un secuestrado que recién aparece, para explicar cómo
lo trataron sus captores. Que sepamos, el síndrome de Estocolmo es para las
víctimas, no para el gobierno. ¿O será la manera de decir que no hay que
rescatarla a sangre y fuego?
Ojalá todos los secuestrados estén bien y no empiecen a caer bajo las balas
oficiales, en rescates fallidos, sin contar con la aceptación de sus
parientes. Si todos están tan bien como Ingrid, ¿por qué no hacer un
intercambio humanitario? Ojalá incluyan en ese intercambio a los
secuestrados “no-políticos”, es decir, a aquellos que esperan ser rescatados
por dinero. Y es urgente, porque la Dian hace rebaja de intereses, pero las
Farc asesinan a los que no pagan.
Lo mismo se podría pensar cuando un hombre de negocios, un tanto atrasado en
sus funciones filantrópicas, pide la re-reelección de Uribe. Con esto se
devela lo inocultable. El Presidente defiende los intereses de los que se
benefician de la mayoría de los colombianos. También ha estimulado leyes que
acaban beneficiando a los capos ‘paras’. Con lo que Mancuso ha declarado,
así sea un 5 por ciento de lo que hizo o promovió, tendría cadena perpetua
en un país civilizado. No pena de muerte, porque eso no es civilizado.
Parecerá insólito lo que me contestó el comandante de la policía de un
pueblo de Cundinamarca cuando le dije que qué se sabía del robo de los
cables de la red telefónica de una de las veredas, que nos tenía aislados
del mundo. En simbólica demostración de la impotencia del Estado, levantó
los hombros y me dijo lo que cualquier ciudadano, que sin ser agente del
orden ni de la ley, dice: “Es que hay mucho caco, ¿no?”
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