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El secuestro, ‘un d. (delito) h. (horrible)

Una tarde, tras agotadora jornada por la selva, Guillermo la ‘Chiva’ Cortés se sentó en una piedra y dijo a los guerrilleros que lo amenazaban:

–¡Mátenme, porque no puedo dar un paso más!
No lo mataron. Su pesadilla duró otros seis meses, hasta que un día
inesperado lo rescató un grupo de militares. “Lo mío fue un milagro –insiste
la ‘Chiva’–, un milagro irrepetible.”
El relato sobre la fuga de Fernando Araújo, rehén de las Farc, y las
dolorosas circunstancias familiares que lo aguardaban al volver produjeron
un sensible impacto en la opinión pública. Ese impacto no se debe a que los
colombianos ignorásemos que existen compatriotas cuya libertad fue liquidada
por delincuentes. Bien sabemos que hay cerca de 3.100 víctimas, de las
cuales 57 corresponden a rehenes políticos, 33 son uniformados y algunos de
ellos llevan enjaulados diez años. La explicación es que comprendimos que
las cifras ocultan a veces la realidad humana y que solo cuando esta
adquiere voz y rostro es capaz de descubrir la magnitud del drama de los
secuestrados y el carácter oprobioso, indignante, degradante del secuestro.
En un cuaderno que anotaba durante su cautiverio en manos del M-19, Álvaro
Gómez Hurtado escribió: “El s. (secuestro) es un d. (delito) h. (horrible)”.
Sí. Es un delito horrible, pero es más que eso: es un acto cobarde de poder
que, al privar al rehén de su albedrío, lo animaliza, y, al utilizarlo como
mercancía para obtener dinero o concesiones políticas, lo cosifica. No es
solo un ataque a la dignidad del secuestrado, sino a la de su familia. Desde
la captura, el secuestrador juega con las esperanzas, la estabilidad
económica y la tranquilidad de padres, cónyuge, hermanos e hijos de la
víctima. Se establece así una relación de humillación permanente que en
Colombia alcanza su grado de máxima infamia en la fórmula macabra de
negociar la entrega del cadáver de quien fue asesinado o murió durante el
secuestro.
No hay causa que justifique un secuestro, ni puede llamarse revolucionario
quien pisotea los ideales de una nueva y mejor sociedad al acudir a esta
clase de instrumentos. A las autoridades cubanas les oí hace pocos años la
más vehemente condena del secuestro y su descalificación como medio de
lucha. ¿Lo saben las Farc y el Eln? Supongo que sí, pero ya están llevados
por la dinámica del horror.
Sin proponérmelo, he reunido entre mis libros una pequeña biblioteca que
contiene memorias de secuestrados. Allí están los testimonios de Leslie
Kalli, la jovencita bumanguesa aprehendida en abril de 1999 y que, pese a
haber sido liberada, no consigue recuperarse; del cónsul suizo Eric Leupin,
que dijo tras un año de martirio: “Haber sido secuestrado es como haber
estado en otro planeta”; del ex gobernador antioqueño Guillermo Gaviria, que
escribió a su mujer una semana antes de morir en un intento de rescate: “No
veo la hora de abrazarte y compartir nuestra vida”; del comunicador Camilo
Valencia, a quien le obsesionaba en la manigua la última imagen de su hijo
Alejandro cuando gritaba: “¡No, papá, no te vayas!”, mientras unos
despiadados se lo llevaban.
Intentar liberar a estas víctimas a sangre y fuego constituye un grave
riesgo que ellas serían las primeras en pagar. Pero la atrocidad mayor no es
esa, sino un delito que debería avergonzar a quien lo comete. La ‘Chiva’
enseña a veces a sus amigos la bala con que deberían asesinarlo en caso de
que la fuerza pública atacara el cambuche de secuestrados. Su guardián no la
disparó porque sintió lo mismo que quienes hemos seguimos el relato de
Araújo: se conmovió al ver a otro ser humano humillado por la obscenidad de
la fuerza injusta.
ESQUIRLAS. 1. Las ‘denuncias’ de Mancuso son muy curiosas: identifica a
supuestos cómplices muertos y calla sobre los vivos. 2. El Globo de Oro
para Betty la fea, versión USA, hace de Fernando Gaitán el Gabo de las
telenovelas.
cambalache@mail.ddnet.es
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