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MADRID: LA FIESTA LOCA DE LA IZQUIERDA FESTIVA

Fue como un carnaval agrio y extraño. De pronto Madrid se llenó de alborotados enemigos y debeladores del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Frente al cónclave de banqueros y economistas de medio planeta que celebraban los 50 años de ambas instituciones, desfilaron progres airados, puño en alto, militantes disfrazados de viejecitas miserables atadas con cuerdas capitalistas, y verdes empeñados en salvar a todas las focas de este cruel universo. Era un Tercer Mundo de utilería montado por la izquierda española para aguarle la fiesta al primero, exhibiendo un muñón de efectos especiales. Por qué esa manía de la izquierda de atacar sin tregua al FMI y al Banco Mundial? La razón es simple: porque ambas instituciones recomiendan siempre (y exigen cuando pueden), prudencia en el gasto público, control riguroso de la inflación, equilibrio fiscal, convertibilidad de las monedas, desarme arancelario y libertad de mercado en todos los ámbitos, incluido el de los salarios. Es

Naturalmente, las razones que esgrimen el FMI y el BM para defender el modelo económico capitalista no tienen que ver con la insaciable codicia que les atribuyen, sino con varias reglas elementales que rigen el plano de las transacciones económicas: hay que contar con una moneda que realmente exprese el valor de los bienes y servicios que se producen; hay que producir más de lo que se gasta; hay que alcanzar un nivel mínimo de eficiencia y productividad; hay que cumplir con los compromisos adquiridos para poder acceder a los créditos. Hay que ser serios y laboriosos, porque cuando no se actúa de esa manera, inevitablemente sobreviene el desbarajuste.
Cómo puede ninguna persona sensata oponerse a estas sencillas reglas de conducta? Tanto el FMI como el BM no son otra cosa que instituciones surgidas tras la Segunda Guerra Mundial para impulsar el crecimiento sostenido de todas las naciones. Las recetas que prescriben son el resultado de la experiencia acumulada durante graves períodos de crisis en las que el valor de las monedas se desplomaba, se contraía el comercio internacional, se frenaba el flujo de inversiones y se producía -en suma- un empobrecimiento colectivo capaz de provocar el surgimiento de actitudes agresivas en las sociedades.
Qué quiere esta izquierda festiva disfrazada de mamarracho? Que los bancos internacionales les presten a las naciones del Tercer Mundo que no pagan sus deudas, gobernadas por oligarquías corruptas que subsidian la ineficiencia y dilapidan insensiblemente los escasos bienes que deberían administrar con sumo cuidado? De qué trastornada cabecita ha salido la teoría de que la desigualdad entre las naciones ricas y las pobres debe aliviarse con periódicas transferencias de recursos de las más poderosas a las menos? La lógica de que Canadá y Estados Unidos -por ejemplo- deben entregar parte de sus riquezas a México para reducir la diferencia que los separa, nos conduciría a pedirle a México que transfiriera una porción de su patrimonio a Guatemala, dado que el per capita de los mexicanos duplica al guatemalteco. Están los mexicanos dispuestos a compartir su pan con los guatemaltecos?
Y si esa izquierda fuera coherente, cuánto le pedirían a Chile y a Argentina como ayuda para la paupérrima Bolivia? Cuánto a Costa Rica para apuntalar a la desfallecida Nicaragua? Cuánto a la muy pobre República Dominicana para sostener a la misérrima Haití? O mejor aún -como no se cansaba de escribir el inolvidable Carlos Rangel- cuánto de su propio bolsillo explotador está dispuesta a devolver al explotado Tercer Mundo la izquierda de los países desarrollados? Porque si es verdad que la prosperidad del Primer Mundo se hace a costa del sudor del Tercero, esos coches en los que viajan los obreros europeos o norteamericanos, y esas confortables viviendas en las que habitan, les pertenecen, en parte, a los pobres del mundo subdesarrollado. Cuánto de su salario y de sus bienes están dispuestos a sacrificar para ser justos y equitativos? Cuánto les roban ellos a los otros más desgraciados?
Por qué persiste en la izquierda una visión tan imbécil y superficial de las cuestiones económicas? Lamentablemente, parece que los fenómenos económicos no son transparentes. La experiencia demuestra que el orden económico surgido espontánea y desorganizadamente del mercado es infinitamente más robusto que el que programan los economistas en los sistemas planificados, pero si a un ciudadano cualquiera se le pregunta cuál de los dos modelos le parece más eficiente, hay una alta probabilidad de que piense que una economía planificada por expertos debe funcionar mejor que la que sólo se rige por la oferta y la demanda. Ese mismo desavisado ciudadano es probable que, de buena fe, y porque ignora varios siglos de historia económica, suponga que es benéfico el control de cambio para que no desaparezcan las divisas . O puede pensar que la mejor forma de combatir el desempleo es impidiendo el despido. O tal vez crea que el camino de la industrialización pasa por el proteccionismo de las fábricas locales. Acaso, incluso, esté persuadido de que la forma expedita para aumentar la producción agrícola radique en una mítica reforma agraria. Pero esas y otras muchas medidas evidentes del repertorio populista son, simplemente, erróneas. No sirven. No funcionan. Peor aún: son contraproducentes. Agravan los males que pretenden resolver.
Menudo lío. Cómo explicarle a un infeliz con siete varas de hambre que el largo camino de su salvación personal pasa por la austeridad, el trabajo intenso, el ahorro, y el prolongado sacrificio de la sociedad en la que vive? Cómo convencerlo de que ese paraíso que le ofrecen los revolucionarios en los cafés, en ciertos púlpitos, en muchas universidades y en no pocos periódicos y parlamentos no son más que trabalenguas ideológicos sin ninguna seriedad real? Es una tarea muy difícil. La izquierda no tiene razón, pero monta sus espectáculos con gran talento escenográfico. El divertido carnaval de Madrid así lo prueba. Para desgracia de todos, claro. (Firmas Press).
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