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“General, siguen disparando”.

A las siete horas de combate dentro del Palacio de Justicia entre las fuerzas guerrilleras que habían ingresado violentamente y las tropas del Gobierno que intentaban recuperarlo, en el corazón de Bogotá, el presidente Belisario Betancur dijo en el Consejo de Ministros: “General, siguen disparando”.

JAIME HORTA DÍAZ
El general Miguel Vega Uribe, ministro de Defensa, respondió que no era
fácil enviar la instrucción por la mecánica que supone el conducto regular.
“La orden sale del ministro de Defensa para el comandante de las Fuerzas
Armadas, luego al comandante del Ejército, de ahí al comandante de la
brigada, después al comandante del batallón y finalmente al comandante del
operativo, que está en medio del fuego en el cuarto piso”, decía Vega Uribe
a los escépticos interlocutores. Los ministros de Justicia y de
Comunicaciones, Enrique Parejo y Noemí Sanín, no aceptaron las
explicaciones.
La verdad es que el presidente Betancur sí dio la orden de que pararan el
fuego, como lo imploraba angustiosamente por la radio el presidente de la
Corte Suprema, Alfonso Reyes Echandía. Pero, cierta o no la dificultad para
hacer llegar la orden hasta la primera línea, fue desobedecida por el
entonces ministro de Defensa.
En alocución televisiva, al término de la tragedia, el Presidente asumió la
responsabilidad política. Entre otras cosas, dijo que había consultado a los
ex presidentes.
El autor de estas notas fue testigo excepcional de los primeros momentos de
la locura criminal de la guerrilla del M-19 de asaltar el Palacio de
Justicia y de su idea paranoica de obligar a la Corte a realizar un juicio
imposible al Presidente.
Asistía a la junta directiva de Adpostal, la empresa estatal de correos,
como secretario general de Inravisión, junto al secretario de información y
prensa de la Presidencia, Román Medina, entre otros, en el Ministerio de
Comunicaciones, a una cuadra del lugar de los hechos.
El reportero estrella de EL TIEMPO, Germán Santamaría, cubría la noticia
desde el Museo del 20 de Julio, a donde llevaron a los sobreviviente al día
siguiente. Los tres habíamos compartido la sala de redacción de EL TIEMPO
hasta hacía pocos meses.
El hecho es que a los primeros tiros, con los cuales asesinaron a los
porteros, subimos con Medina a la terraza del Edificio Murillo Toro, y desde
ese puesto de privilegio observamos a los pocos minutos el frustrado ingreso
de una tanqueta del Ejército, que perdió la ametralladora al forzar la
entrada al parqueadero del sótano de la carrera 8a.
Detrás de la tanqueta iba un grupo de soldados. En la terraza permanecimos
casi hasta las 5 de la tarde, impresionados por los movimientos militares,
la aparición de los helicópteros y el fuego cruzado dentro del Palacio y con
francotiradores de edificios vecinos. Un policía cayó aparatosamente de un
helicóptero. Una de las primeras bajas, en el techo del Palacio, fue un
hombre de camisa roja: trataba de mirar por una claraboya y de pronto se
dobló y no se volvió a levantar.
El sector fue acordonado pero Medina salió del edificio y llegó a la
Presidencia. Quedé en compañía de la secretaria general del Ministerio,
Diana Salom, que hacia las 8 de la noche nos ofreció compartir su
improvisado almuerzo de corn flakes, después de hacer unas llamadas a las
cadenas radiales que transmitían en directo como si fuera un evento
deportivo. Los disparos de cañón del Ejército hacían vibrar el Murillo Toro
como si fuera a derrumbarse y eso que nos separaba una cuadra del edificio
de las cortes. El primer tiro abrió un boquete en el costado sur que da a la
Plaza de Bolívar. Entonces, se desató el incendio que manos criminales
iniciaron en el primer piso en medio del arrumen de expedientes, que
ardieron como gasolina, y pronto las llamas se extendieron hasta el cuarto
piso. Los hechos se precipitaron rápidamente. Nadie se imaginaba cómo iban a
terminar. Entre las órdenes militares que trascendieron a los medios hubo
una terrible: “Fumíguelos”.
Esa noche del 6 de noviembre de 1985, en medio del desastre, los noticieros
de televisión resumieron el dramático momento con unas declaraciones del
comandante del operativo, coronel Alfonso Plazas Vega:
“Salvando-la-democracia, maestro”, fue la certera respuesta a la pregunta de
qué estaban haciendo las Fuerzas Armadas.
Con todo, la frase más estremecedora nunca se publicó y esta es la primera
vez que se registra. Cuando Germán Santamaría le contrapreguntó al coronel
Plazas que iban a morir los magistrados, este le respondió lacónicamente:
“Que les hagan estatuas”.
hortajaime@hotmail.com
JAIME HORTA DÍAZ
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