Con la vigencia del nuevo Código de Procedimiento Penal surgió la Fiscalía General de la Nación, que es una copia insolente e incongruente, de actividades de gerdarmería en Estados Unidos y en algunos países en decrepitud de Europa.
Pero para infortunio del país ya es una organización creada, una ley nacional, que se debe aceptar obligatoriamente, pero con la perspectiva de salvar a la nación, al corregir sus descomunales defectos, mientras llega el momento no lejano de su abrogación total, por inconveniente e ineficaz. Y dónde están las fallas? Es paradójico. Pero quien toma el pabellón para propagar y estimular el desastre, como si fuera un abanderado de nuestra guerra de Independencia, es el propio Fiscal General de la Nación.
Funcionario de altísima posición, que está convencido de que siempre habla ex-cáthedra . Y como tal fija pautas como moldes rígidos del medioevo para tomar determinaciones sobre la libertad o la rebaja de penas. Con oratoria nórdica condena y absuelve a las gentes de La Catedral. Interpreta leyes, teorías filosóficas, normas constitucionales y sugiere cómo deben obrar los exegetas. Inusitado comportamiento que hiere el derecho y la ética. Desde otro ángulo, para ensanchar el descalabro, han surgido nuevas competencias y por tal motivo centenares de miles de expedientes se encuentran en tránsito congestionado como el de la capital desordenado, confundido y complejo, unos para la Fiscalía, otros para los juzgados municipales y otros para las inspecciones de policía.
Procesos que no se encuentran y reclusos que no saben quién libró la orden para su detención. Los jueces de instrucción desaparecieron por virtud del mandato revolucionario y los fiscales delegados ni siquiera tienen oficina.
Epílogo Una ingenua campesina, procedente de Colombia, en el Huila, vino a Bogotá a indagar por sus tres hijos capturados. Duró mes y medio en la estéril búsqueda. Regresó a su tierra, abatida y desolada, para decir a sus familiares y amigos, recordando a su paisano don José Eustasio Rivera: Hace 45 días búscolos en vano. Ni rastro de ellos. Los devoró la selva de la confusión jurisdiccional .