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TEMBLA TERRA
Cómo no hablar del movimiento sísmico que sacudió a Colombia? Aunque las víctimas y los daños materiales no fueron muy grandes, los colombianos experimentamos un susto colectivo que, además, despertó algo muy necesario: la solidaridad ante los golpes con los cuales la naturaleza castiga al ser humano, para probar que somos apenas una mera brizma ante el ventarrón de poderes que nadie logra explicar ni de dónde vienen ni para dónde van. De tales acontecimientos sí que es conveniente extraer enseñanzas y lecciones. Una, la de que los prepotentes se encogen ante el temor igual que los seres más míseros. La conmoción los reúne en la calle, conversan, intercambian opiniones, se consuelan. En una palabra, brota la solidaridad por la que tanto clamamos los colombianos y tan poco frecuente cuando más la anhelamos.
Es conveniente despojarnos del materialismo a que se acostumbra el ser humano en su egoísmo, para pensar un poco más en las fuerzas sobrenaturales que suelen producir catástrofes,
Por:
REDACCION EL TIEMPO
20 de octubre 1992 , 12:00 a. m.
En todos los países del mundo se organizan dependencias encargadas de actuar cuando ocurren tales catástrofes. No siempre pueden conseguir objetivos fundamentales, pero sí reducir los daños a proporciones más llevaderas. Sabemos que en Colombia hay una dependencia de la Presidencia que cumple tal función. Que el temblor del domingo sea un acicate para renovar sus equipos, activar sus organismos filiales y esperar que, ojalá, no tengan que actuar jamás. La ciencia está en capacidad de prevenir los movimientos sísmicos, pero aún no alcanza a detectar las fechas exactas. Tenemos el ejemplo de San Francisco, donde violentos temblores han causado gravísimos daños y se anuncia, con casi absoluta seguridad, que lo que ellos llaman the big one , o sea el gran terremoto, está por venir.
Desde Colombia, quienes sufrieron pánico ante un movimiento de limitadas proporciones deben pensar en el futuro de los valientes californianos, que saben lo que les va a ocurrir y siguen aferrados a su tierra. Ojalá la lección momentánea de solidaridad que recibimos el domingo se prolongue y se constituya en la convicción de que, no solo cuando todos sufrimos y corremos la posibilidad de morir, debe existir un sentimiento de comprensión que no vea al vecino como a un extraño sino como a un amigo sometido a los mismos riesgos. Hay quienes sostienen que a los países que no han sufrido los estragos de la guerra, ni han visto destruidas sus ciudades por terroríficos bombardeos, les falta el espíritu de sacrificio que viene de épocas en que las bombas no distinguían entre ricos y pobres. O cuando las bayonetas en los campos de batalla segaban por igual las vidas de acaudalados señoritos o de modestos campesinos. Europa ha tenido en sus dos guerras y las miles que anteriormente se han librado en campos de Francia, Alemania, Suecia, etc., el abono de su cultura y la semilla de su poderío material.
Sin ser lo aquí escrito un llamado al sufrimiento, sí pretende sugerir la necesaria condición de que algo de dolor y algo de pena conducen al fortalecimiento del espíritu y al desprecio por las vanidades materiales. También al espíritu del ahorro que se aprecia cuando en las grandes tragedias el hambre azota por igual a todas las clases sociales. El pan se valora cuando es escaso.
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