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UNA MONTAÑA DE ACCIÓN Y PENSAMIENTO

Cuando sepultaban a Alfonso López Pumarejo, al borde de su tumba dijo Alberto Lleras Camargo que en esa fosa se hundía un capítulo de la historia de Colombia. Toca ahora el turno a otro capítulo, tal vez el último de la serie de las grandes figuras y de un tiempo único, porque quien vuelve a la tierra es Carlos Lleras Restrepo.

Era posiblemente el más conocido y famoso estadista perteneciente a una afortunada generación colombiana, con trascendencia hemisférica y con impacto tal en su país que mucha gente pensaba que era ya una leyenda, más bien que un hombre, o un recuerdo, en lugar de una acerada y activísima voluntad que batalló hasta el fin con el denuedo sin el cual la vida habría significado nada para él.
Desde los años 30, y más concretamente desde el Gobierno del presidente Eduardo Santos, Carlos Lleras hizo de todo en la construcción de la Colombia moderna: fue Contralor General, Ministro de Hacienda y como tal encargado, a su turno, de casi todos los despachos; Director de EL TIEMPO, aguerrido opositor, factotum y jefe único del liberalismo y Presidente de 1966 a 1970. Ya entonces el país le debía morosamente ese empleo.
Pero fue más: fundó una revista única, en la cual -como dicen en Bogotá- escribía desde el editorial hasta los avisos económicos; publicó varios voluminosos tomos de sus Memorias, polémicas, como él mismo y, a manera de divertimento extraído de sus lecturas, un ameno libro titulado De ciertas damas, que ha conocido varias ediciones. La Nueva Frontera queda huérfana, como en cierta forma Colombia, donde quien no lo admiraba lo respetaba sin tacañería.
Escribí antes que en eso de crear instituciones para modernizar el Estado, Carlos Lleras se parecía al presidente López Contreras. Estableció la Caja Agraria, el Instituto de Crédito Territorial, el Incora, los sufrideros de las finanzas públicas en numerosos proyectos que se convertirían en leyes y decretos, e incontables iniciativas novedosas como las que los grandes líderes americanos -Irigoyen, Alessandri, el propio Alfonso López y otros- pudieron tomar por haber contado con la benegnidad de los medios de comunicación y la comprensión del Congreso, como ahora no existen.
Imagino el duelo con que se junta Colombia en torno de esa tumba. Era un símbolo del liberalismo auténtico, que tampoco existe, la encarnación de una ideología del gobierno y de la sociedad, que ya no tiene las mismas coherencia e integridad.
Cuando los liberales de las veredas o de los barrios se emborrachaban, solían gritar: Viva Carlos Lleras, el chiquito más grande de Colombia , en alusión a la estatura, en la que nadie reparó, pues era una montaña de acción y pensamiento.
El 5 de abril de 1966, miércoles santo, el doctor Lleras Restrepo, pre- candidato entonces a la Presidencia dentro del proyecto de Acuerdo Nacional, invitó a almorzar al doctor Ramón Velásquez, huésped mío en la Embajada de Venezuela y, por supuesto, asistí también. Allí le expuse la idea del Pacto Andino, no con ese nombre, mas sí con la pasión con que vi siempre la integración. Se interesó vivamente y ese día nació lo que hoy es fruto magnífico, consagrado en el Acuerdo de Cartagena, que el presidente Caldera tuvo la osadía de firmar cuando en Venezuela se quería lapidar a los integracionistas. El ex presidente Velásquez dio testimonio escrito de ese hecho.
Pudo ver el presidente Lleras, en cuya inauguración se echaron los fundamentos del Acuerdo, con la Carta de Bogotá, del 14 de agosto, no sólo el comienzo, sino los tropiezos, las dudas y finalmente el triunfo del programa que hoy celebran todos.
Cuando ganó la elección le envié de obsequio una caja de champaña. La abriremos cuando salga de la Presidencia , me dijo, porque mientras esté en ella no probaré una gota de alcohol . Y era famosa la copa para champaña llena de agua con que se le veía en las recepciones.
Curiosamente, él y su pariente Alberto Lleras Camargo, no menos ilustre, solían decir que tenían familia en Trujillo y en Mérida, respectivamente. El devenía del matrimonio del hermano de Pedro Briceño Méndez con la hermana del General Santander, y por tanto sentía el llamado de la sangre trujillana.
Hombre importante, si los había en América. Amigo de muchas horas y ejemplar político. La ignorancia de mucha gente nuestra personifica en él y en Lleras Camargo la oligarquía santafereña . No saben que ambos provenían de maestros, laboratoristas o investigadores pobrísimos y que surgieron en el campo del poder por la tenacidad del esfuerzo y el brillo de las ideas, por lo cual debe hablarse de una elite intelectual y no de una oligarquía política, si uno no quiere que lo llamen ignorante.
En Colombia no estorbó jamás el cultivo intelectual para ascender al poder. Es más bien una exigencia; siglo y medio de filósofos, gramáticos, poetas, filólogos, oradores y periodistas en la Presidencia lo demuestran. Hasta el General Melo, golpista de 1853, era helenista. Por eso afirmaba Blanco Fombona que es Colombia el único país donde se sube al Capitolio con la gramática debajo del brazo .
Suele ser tan arbitrario el análisis que hacen algunos! Ese análisis de lo que se llama oligarquía colombiana no observa que, antes que nosotros, los colombianos tuvieron de presidente a un hijo natural . Era nada menos que Marco Fidel Suárez, inmenso gramático, autor de los famosos Sueños de Luciano Pulgar. Como no repara en la modestia original de presidentes como Belisario Betancur y Misael Pastrana, por ejemplo, que se hicieron prácticamente a pulso.
En todo caso, en Carlos Lleras Restrepo tuvo la América un nombre para mostrar y un modelo de político y de hombre de Estado para imitar. Duele saber que de su misma naturaleza no hay mucho ya. Vuelve a la tierra a la que sirvieron como pocos la consagración de sus talentos y la persistencia de su voluntad. Porque eso era Carlos Lleras: un talento esclarecido a la orden de una indomable voluntad.
Nueva York, septiembre, 1994.
*(Canciller de Venezuela)
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