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Sexo, verdades y video
Tres años después de su estreno internacional llega a las pantallas de
Bogotá una película cuyo título original, Alexandras Project, se tradujo en
Latinoamérica como Venganza sexual, buscando sin duda mejorar sus
posibilidades de taquilla. Es una lástima tener que recurrir a esos trucos
para atraer a un público que en otras condiciones no necesitaría de anzuelos
tan burdos como este. Además, la película no requiere ese tipo de cosas;
ella se defiende por sí sola en su singular propuesta narrativa, que reduce
la mayoría del metraje a la extraña interacción entre una pareja, o mejor
entre un hombre y la imagen de su esposa en un televisor, reproducida en una
cinta de video.
Por:
JUAN CARLOS GONZÁLEZ
24 de agosto 2006 , 12:00 a. m.
El director Rolf de Heer, de origen holandés, pero radicado en Australia
desde su infancia, viene haciendo cine hace más de veinte años. En su
filmografía hay títulos previos interesantes, como El viejo que leía novelas
de amor (2001) y El rastreador (2002), pero su obra es prácticamente
desconocida en nuestro país. Venganza sexual parte de un guión que él mismo
escribió, donde se mezcla el drama con una suerte de suspenso psicológico
tan efectivo como efectista, y que implica la sorpresa que Alexandra (Helen
Buday) tiene para Steve (Gary Sweet), su marido, el día de su cumpleaños y
que no es algo distinto a una revancha por muchos años de soledad,
indiferencia, infidelidad y malos tratos. Esta mujer, con justa razón, no
aguantó más y ahora quiere cuadrar cuentas con su marido. El desarrollo y
ejecución de esa sorpresa es el proyecto que aduce el título original del
filme, y que obviamente me abstendré de revelar. Alexandra llevaba una vida
que no era posible sostener un día más. Su reacción advertencia a todos los
hombres que menosprecian el valor de una mujer fue una especie de volcán
haciendo erupción. Un volcán que venía dando señales de actividad hacía
mucho tiempo, pero que no tenía quién advirtiera de su inminente hecatombe.
La ceguera masculina otra vez en bochornosa evidencia.
La película se desenvuelve bien en términos cinematográficos. Me explico: al
verla estamos siempre conscientes de que una situación como la que
atestiguamos pertenece al ámbito de la ficción del cine, pero aceptadas esas
reglas del juego que nos permiten disfrutar de las licencias artísticas y
dramáticas de cualquier filme nos dejamos llevar sin mayores problemas por
una narración que tiene la habilidad de no permitir que el interés sobre los
personajes decaiga. Pertenece, además, a ese tipo de películas cuyo
desenlace no está telegrafiado, sino que es en sí mismo otra sorpresa. Yo sé
que el cine que se basa en este tipo de recursos suele ser acusado de
manipulador, de jugar con las expectativas del espectador, pero en este caso
se puede afirmar que funciona a su manera. No hay ningún rompimiento lógico
que lamentar, no hay soluciones de último momento, no hay milagros
inesperados. Queda, eso sí, la vaga sensación de que alguien no fue del todo
honesto con nosotros.
jcga@une.net.co
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