¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Archivo

Vivir con miedo

Nos hemos habituado tanto a desconfiar los unos de los otros, que nos parece natural ver tanques atrincherados en la Séptima y disfrutar del ocio dominguero entre soldados que nos apuntan casualmente con sus armas. En el puente del 7 de agosto, por ejemplo, me entretuve contando cuántos uniformados había por ciudadano en sudadera, y mi estadística encontró datos curiosos: un soldado por cada tres familias de mi barrio; un arma por siete cochecitos o triciclos en el parque y un helicóptero por cincuenta cometas en el cielo. ¿Cuántos militares se necesitaron en esos días de la “retransmisión del mando” para dar un parte de tranquilidad a la ciudadanía?

YOLANDA REYES
Nos ha dado también por designar con el eufemismo de “seguridad democrática”
este ambiente de zozobra que nos enfrenta a todos contra todos. Pero en
lugar de sentirnos sobrecogidos con helicópteros que merodean por las
noches, nos creemos protegidos. Y nos parece normal ver vallas publicitarias
del Ejército que insuflan eslóganes de guerra, como si se tratara de Pepsi o
Coca-Cola. Las imágenes de jóvenes con rostros maquillados, listos para
librar una batalla, aseguran que el Ejército de Colombia está dispuesto a
dar la vida por nosotros. Y aunque pueda ser tranquilizador a simple vista,
semejante sacrificio humano produce –o debería producir– un estremecimiento.
No somos inocentes: entre todos hemos ido labrando esa cultura de la
desconfianza, que es una de nuestras señales particulares. Como si vivir con
miedo fuera un mito fundacional del “ser colombiano”, hemos convertido la
seguridad en el máximo valor. Los restaurantes exclusivos ofrecen ganchos
bajo las mesas para esconder nuestras carteras y así evitar que se las robe
un comensal vecino, que, por definición, es sospechoso. El estatus no se
mide ya por esa excluyente clasificación de estratos, sino por el grado de
seguridad que cada quien puede pagar: en la jerarquía mayor están quienes
tienen guardaespaldas, carros blindados y circuitos de televisión; les
siguen los residentes de conjuntos cerrados con rejas, alarmas y celadores,
y en escala decreciente van los alambres de púas, hasta terminar con tapias
protegidas con los clásicos vidrios de botella.
En este país de la desconfianza crecen las nuevas generaciones y muchas
vidas se inician entre guetos: del conjunto cerrado al colegio privado y de
ahí, al club o al centro comercial, donde hay perros uniformados que nos
olisquean y nos muestran los dientes como si fuéramos bombas humanas.
Requisados, encerrados entre rejas y conminados a demostrar la inocencia en
cada paso, aprendemos a ser tratados como sospechosos y nos entrenamos para
ver en cada persona un enemigo, especialmente si no pertenece a nuestro
gueto. Nuestros gobernantes se dan cuenta de esa psicosis colectiva y no
hacen más que capitalizarla y reforzarla. Pero su obsesión de protegernos
por la fuerza revela que también conocen la fragilidad de esta supuesta
“democracia” erigida sobre un campo minado.
Las delegaciones extranjeras invitadas a las ceremonias de Palacio quizá
alcanzaron a advertirlo. Bastaba con observar por las ventanillas blindadas
de los carros oficiales que se abrían paso entre escoltas y sirenas la
paranoia de una ciudad en pie de guerra. Porque no son signos de seguridad
los tanques militares en la avenida El Dorado ni los soldados que custodian
cada esquina. Tampoco parece democrático que la prensa insista en llamar
“Uribe II” al Presidente, como si se tratara de un emperador, sin añadirle
un signo de interrogación o un asterisco, o que el día de su posesión todos
los canales hayan transmitido en cadena su vida y sus milagros. Pero lo peor
de todo es el silencio que amenaza con tomarse esta “patria”, cada vez más
boba.
YOLANDA REYES
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO