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El I Ching presidencial

La Presidencia representó para Álvaro Uribe más que la coronación de la carrera política de un pragmático, la realización de un sueño de la infancia, según confesó una vez. No son raros los colombianos que en público o en privado albergan ambiciones de mando.

EDUARDO ESCOBAR
Muchos acaban haciendo trabajos menores en alguna pandilla de políticos, en
el monte echando bala, o embromando el poder desde las columnas de los
periódicos o las mesas de las cafeterías para curar la frustración. Unos
pocos cumplen el delirio paranoico. Para su propia infamia, casi siempre,
abochornados por los siglos de los siglos en el libro de la historia, y para
mal de la nación de caciques secretos y virreyes declarados.
Hace cuatro años largos los colombianos apoyaron su proyecto político y le
concedieron el triunfo en una inesperada primera vuelta, tal como se había
prometido en un arrebato infantil de grandeza. Lo que siguió no se lo
desearía la peor de las madres al peor de los hijos: si las cuentas cuadran,
fueron, desde el primero recibido a bombazos, 1.460 días de dificultades,
nubarrones y tempestades que ofuscaron muchos propósitos buenos. Muertos que
pesan en el alma, ollas podridas que revientan como minas quiebrapatas,
catástrofes militares, chaparrones de agua sucia de los enemigos sobre las
mejores intenciones de acertar, debieron convertir el sueño del piernipeludo
en la pesadilla del hombre hecho y derecho. La política exige cueros duros.
Espíritus obstinados.
Sus adversarios son injustos a la hora de reconocer las realizaciones de
Uribe. El país recobró la autoestima y bajaron los índices del miedo, que es
la peor enfermedad del espíritu. Dicen quienes saben, que mejoró la
economía. Y así debe ser aunque sigue habiendo tanto pobre sufrido. No
consiguió meter en cintura la politiquería. Ni acabar con la corrupción.
Pero es imposible reformar en cuatro años las malas costumbres que nos
acompañan desde la Colonia.
Al final, más confiado en el carácter y la personalidad del Presidente que
en cualquier otra cosa, contra los insidiosos que achacan a los gobernantes,
por vicio, hasta las devastaciones del Diluvio y las veleidades de Eva, y
contra las rugosidades persistentes de la realidad, el país se arriesgó a la
reelección, tan peligrosa en estas naciones apasionadas y pendencieras donde
la política ha sido el trampolín de la vanidad y el hábito del cinismo y la
codicia.
Ayer, Álvaro Uribe inició un segundo mandato. Los comentaristas políticos
que suelen equivocarse tanto hacen cábalas. Que bajará el tono de la guerra.
Que habrá esfuerzos por conseguir la liberación de los colombianos
prisioneros en los campos de concentración de las guerrillas. Que será
verdad la recuperación del río Magdalena. Y la paz esquiva. Nadie quisiera
estar a estas alturas en los zapatos del Presidente. Si no hubiera sido
reelegido habría dejado memoria de un personaje positivo, enérgico y
voluntarioso con inmensa capacidad de trabajo. Pero al cabo del nuevo
cuatrienio que comienza, entre tensiones y buenos y malos augurios, el país
se sentirá traicionado si desperdicia su liderazgo en la región y no nos
devuelve un país regenerado. Sobre todo, sería injusto. Colombia ha sido
traicionada muchas veces. Y no se lo merece este país tan bueno, después de
todo.
El domingo hicimos con unos amigos el ejercicio de echar el I Ching del
próximo gobierno. El hexagrama, el Andariego, habla de la montaña que
permanece arriba, de la separación que es la suerte del andariego, del éxito
por lo pequeño, de los peligros de la brusquedad y de las pretensiones de
subir demasiado alto, de la perseverancia venturosa, de la precaución y la
reserva, de la necesidad de relacionarse con gente buena, y de las prisiones
que acogerán a la gente de manera pasajera, de modo que sean hospedaje y no
morada. (Todo, obviando la interpretación de la línea móvil, que es el seis
en el quinto).
Enigmático. Y sinuoso. ¿No les parece?
eleonescobar@hotmail.com
EDUARDO ESCOBAR
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