Lucas Caballero Calderón, más conocido por su seudónimo de Klim, ha sido
uno de los más grandes columnistas de humor colombianos y un cáustico
crítico de las corrupciones del poder. Durante años despertó, al mismo
tiempo, la sonrisa y la indignación de los colombianos. Tan conspicua y
beneficiosa fue su presencia, que aún ahora, al cumplirse 25 años de su
muerte, los lectores lo echan de menos.
Por:REDACCION EL TIEMPO
20 de julio 2006 , 12:00 a. m.
Se destacó inicialmente por su Epistolario de un joven pobre, gracioso
relato de un viaje a Europa; más tarde, su pluma adquirió vuelo político, y
ya no fue solo el encargado de aportar nuevos aires al humor colombiano con
situaciones divertidas y caracterización ficticia de personajes públicos,
sino que brotó en él un fiscal de gobiernos y un látigo de las malas
costumbres políticas. Era conocida su enemistad con Alfonso López Michelsen,
y no faltó quien criticara que pusiera apodos a quienes padecían de algún
defecto físico.
Klim escribió durante más de 30 años en esta casa, donde fue uno de sus más
populares comentaristas, hasta cuando ocurrió, en marzo de 1977, un
incidente que conviene revisar a la luz de los años transcurridos. En medio
de crecientes críticas a la administración López Michelsen, los directivos
de EL TIEMPO fueron citados de urgencia a Palacio. Reunidos allí con el Jefe
del Estado, este les anunció su intención de dimitir porque, adujo, no
contaba con la solidaridad de la prensa liberal. El nombre de Lucas
Caballero, pertinaz adversario de López, surgió como elemento concreto de la
conmoción presidencial. A la salida, el subdirector, viejo amigo del
columnista y comisionado para la gestión, visitó a Klim, le explicó la
gravedad de la situación y le pidió que durante algunas semanas se
abstuviera de atacar al Gobierno. Lucas rechazó la solicitud y se retiró
para siempre de El TIEMPO. Solidarios con él, renunciaron a sus respectivas
columnas Eduardo Caballero Calderón y Enrique Caballero Escovar. Poco
después, los tres eran comentaristas de El Espectador y el Presidente negaba
en público que hubiera manifestado nunca su intención de dimitir.
La pérdida de su columnista estrella le enseñó a este diario que los
periodistas no deben dejarse llevar a la condición de cogobernantes. Pueden
ser interlocutores del poder, pero no les corresponde solucionar situaciones
que escapan a su órbita o que los obligarían a actuar contra los principios
de independencia de la prensa, que son pilar de la democracia. EL TIEMPO
pagó con su credibilidad tan equívoca decisión y hasta hoy sigue lamentando
la ausencia de Klim de sus páginas editoriales.