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LA RISA DEL CUERVO

Cuando se desata la revolución en Caracas, y de un lado empieza el forcejeo entre la juventud vociferante de la Asamblea donde están Bolívar y Miranda, y de otro el Congreso que recoge la opinión más pausada de los notables, José Félix Ribas habla. Es la voz de Dantón, de Robespierre. El explosivo revolucionario, con el gorro frigio que se calaba hasta las orejas, daba a la revuelta el fuego que prendió en La Bastilla. Vino la guerra. Y le tocó el turno a Morales, el general español, de tener entre sus manos a Ribas. Sintió entonces un placer de dioses al cortarle cuidadosamente la cabeza y echarla a un caldero donde debió hervir entre patas de cerdo y otras porquerías, convencido de que en esa forma quedaría para siempre borrada la insurrección en un puchero del diablo. Pero naturalmente se trataba de un trofeo que no iba a quedar hecho una sopa. La clavó en la punta de una pica, y pensó llevarla hasta el límite final de Venezuela para espantar al último republicano y enardecer al

GERMAN ARCINIEGAS
Alvaro Miranda en La risa del cuervo ha escrito quizás la mejor novela sobre esta época, devolviéndole la vida a la cabeza cortada de Ribas. Hacerla hablar y que diga todo desde el momento en que la echaron a hervir en el caldero hasta cuando la pusieron de remate en un gigantesco muñeco de trapo, en Caracas, para quemarla frente a la casa del arzobispo Coll y Prat.
El libro de Miranda, escrito en un plano poético, ordena escena por escena, y dentro de un esquema dictado más por el arte que por la cronología, da entrada a los tres o cuatro personajes que hacen de esa parte de la historia americana una novela. Los personajes son, con Ribas y Morales, Manuelita Sáenz y Humboldt. A Ribas lo introduce Josefa María de Palacios y Blanco, presentándolo ante Humboldt, que habitaba el castillo de Cumaná con el pintor Sinforoso. Esto ocurría años antes de la revolución de Caracas, cuando Bolívar, sobrino de Josefa María, salía para París. La presentación que hizo Josefa María de Ribas, su marido, puso al barón alemán en contacto no con un propagandista de la Revolución Francesa, sino con un hijo de la Ilustración.
Ribas hablaba al sabio alemán de los Llanos y del Orinoco con una pasión de naturalista. Lo tentó para ir a conocer los misterios del gran río. Además, le decía: Los Llanos americanos son verdaderas estepas que, cuando la lluvia, se inundan y al caer el sol vertical sobre la tierra, lo que era verde se reseca y mueren cocodrilos y serpientes. Entonces, se entierran en el barro seco en espera de los primeros aguaceros que los saquen de su letargo... Josefa María tenía que detener a Ribas para que no siguiera haciendo la historia natural de los Llanos y la selva; si no calla a Ribas, se quedarían sin despedir a Simón en su viaje a París.
Al acabar la novela, al fin entierran la cabeza. Con el tiempo las lluvias terminaron por ablandar el campo. Entre los cuarteados surcos del verano corrieron arroyuelos que hundían sus aguas por entre las madrigueras de las víboras. La fuerza del agua las alzaba y las ponía a flote. Entre culebras y huesos de caballo, Ribas emergió a la superficie. El cielo nublado y tempestuoso apareció sobre su cabeza que corría junto con la turbulencia de las aguas. Al ceder la tempestad, sobre el fango reconoció a cientos de culebras que se perdían entre los arbustos y pastizales. Dormiré, porque es el lugar de la muerte . Días después, cuando el sueño desalojó su mente, despertó con los graznidos del cuervo que giraba sobre el gorro frigio que aún conservaba sobre su cráneo .
Testigo de todo era el cuervo, el mismo cuervo de Poe, que saludaba a Humboldt y se despedía en correcto alemán. Guten Morgen decía el barón. Guten Morgen, respondía el cuervo. Sinforoso, desnudo entre una tina, pintaba las plantas que le traían o el criado del barón o Altagracia, la mujer del servicio.
En el sótano del Castillo estaba la tumba de Manuelita Sáenz. Una Manuelita, como se ve, posterior a la muerte de Bolívar. Con una historia de una invasión de cangrejos que complica su última cita con el Libertador. El Libertador prefiere morir solo entre iguanas antes que asumir con ella, en el fondo del mar, su última responsabilidad de amor...
La risa del cuervo queda flotando como un fondo de locura sobre el cual tenía que dibujarse la epopeya americana
GERMAN ARCINIEGAS
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