No se caía en la cuenta de que las laxas políticas monetarias y fiscales, o, en otras palabras, el dinero barato y fácil, propicio para el crecimiento económico, también se aprovechaba para operaciones de especulación y riesgo.
Conforme suele suceder en oportunidades de esta naturaleza, los individuos aspiran a enriquecerse por un golpe de suerte, de la noche a la mañana, así sea inicialmente a debe.
El desplome espectacular de las cotizaciones de la Bolsa de Valores de Colombia los días 8, 12 y 13 de junio ocurrió sin que en el país se hubiera movido un dedo para precipitarlo, a contrapelo de la sensación de confianza y euforia, generada por la elección presidencial. Las causas inmediatas de la bonanza habían provenido en parte considerable del exterior.
Análogamente, la certidumbre de que el flujo de capitales contrarrestaría sin término las consecuencias financieras del incentivo cambiario a las importaciones.
Ahora se revela, por The Economist, que en el 2005 los extranjeros aventuraron 61.400 millones de dólares en los mercados emergentes de acciones y 237.500 millones en inversión directa. La maximización del lucro incitaba a ir allí donde este fuera más probable y cuantioso. En qué suma abrigaban la voluntad de alzar el vuelo apenas se presentaran en las naciones desarrolladas mejores y más seguras posibilidades, lo estamos descubriendo a través de la estampida hacia fuera, apenas se supo la decisión de la autoridad monetaria de Estados Unidos de persistir en las alzas antiinflacionarias de sus tasas de interés.
El caso de los Fondos de Pensiones es distinto, en cuanto se atienen a las alzas y a las bajas de esa clase de activos, ganando unas veces para halago de sus contribuyentes y perdiendo otras para su sobresalto y desconsuelo.
Desde luego, la estampida no es exclusiva de los dineros foráneos. Es, igualmente, de los compatriotas que entraron al juego con platas prestadas y de un momento a otro vieron drásticamente reducido el valor de las inversiones que le servían de respaldo. Nunca cabe fiarse ciegamente de las burbujas. Tarde o temprano se revientan. En vano se aspirará a que retornen a su nivel anterior. Por algo se llama corrección al reajuste de las cotizaciones.
Aparentemente, no parece lógico tratar de revivirlas o de prolongarlas cortejando el regreso de los capitales golondrina. A quienes les interese la inversión en sí, claro es que en ella les conviene permanecer. A los que a su albur se apuntaron, más les valdrá esperar a que se aquieten las aguas si las deudas no los acosan.
La reversión de la revaluación era previsible, sana e inevitable. Acaso la sorpresa haya sido para el alegre optimismo de determinados círculos. No poco gastó el Emisor para graduarla y detenerla. Probablemente, su movimiento de regreso se le anticipó a los cálculos oficiales. Pero a nadie debe extrañar que dicha revaluación de la moneda artificialmente sobrevaluada también comience a corregirse. Al fin y al cabo, con beneficio de las exportaciones y desaliento relativo de las importaciones.
Alan y el Apra Con franco regocijo cabe saludar el triunfo en su patria peruana de Alan García y de la alianza política que tuvo por base al fuerte, sólido e histórico partido del Apra. Una segunda oportunidad se les ofrece para servir a su pueblo con ponderación, eficacia y grandeza y demostrar que en el mando sabrán interpretar los fervientes anhelos de sus compatriotas.
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