Este año, hay que reconocerlo, ha sido el mejor año del apóstol de Jesús en toda la historia. Con un evangelio apócrifo de los muchos que hay, se quiere rehabilitar su imagen. No entro ahora en la discusión. Cierto es que libros que sustenten tesis peregrinas que pongan en entredicho enseñanzas tradicionales más o menos aceptadas gozan de muchos lectores y buena publicidad y llenan las arcas de los interesados. Seguramente un libro que sostenga que Jesús vino a América y vivió entre los quechuas del Perú y maneje hábilmente situaciones, parecidos y coincidencias, que siempre los hay, con toda seguridad encontrará miles de lectores e incluso defensores.
Literariamente no les ha ido tan mal a los íconos del mal, por así llamarlos. A Barrabás le fue bien con Pär Lagerkvist, a Caín con Hermann Hesse y ahora a Judas con los arqueólogos. Carlos Arboleda González, columnista de La Patria de Manizales, nos recuerda el bello monólogo que el joven escritor de Riosucio, Carlos Héctor Trejos, puso en labios de Judas.
Arboleda lo llama un poema premonitorio.
Vengo a devolver las treinta monedas que no he podido gastar en todo este tiempo. Pero antes debo aclarar algunas cosas. No fui aquel que enajenó al Supremo, fui solo su médium, su conejillo de indias, puente para que alcanzara la gloria, según el mismo decía, lo disponían las escrituras.
Ambos reconocimos en la playa nuestros destinos en contravía. Pero decidimos callar lo fatal que no nacía de nosotros sino de los tercos designios de la altura, para que más tarde Él fuera el mártir y yo el discípulo, cuervo hambriento, en la vara de la cruz esperando su muerte. Sin mí así no lo diga la Biblia Él no hubiera podido llegar donde está ahora, al lado de su Padre que tanto añoraba, en los aposentos custodiados y carísimos del cielo.
No me parece tan grande su sacrificio. Al fin logró su cometido, iba sobreseguro. En cambio yo, sigo arrastrándome en la memoria de la humanidad con la fama más oscura que pueda acompañar a la peor víbora. Por mi parte, era en verdad el Maestro. No tenía nada que objetar a sus enseñanzas; al contrario, aprendí mucho de él y creo que de mí jamás le oí pronunciar un reproche, pero la historia se encargaría de poner la palabra traidor enseguida de mi nombre. Y los caminos que tanto peregrinamos se partieron sin remedio. No es una apología la que hago para lavar mis manos. Ya lo ha hecho otro y de nada le ha valido (conozco el ejemplo). Sólo he venido a devolver estas monedas que no me han servido ni siquiera para acallar a mis perseguidores, porque aunque las malgaste siempre vuelven a mi zurrón.
Monedas que, creánlo o no, pesan más que mi conciencia.
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