Antes de las 10 a.m. ya se ven niños subiendo la loma que conduce al templo del barrio, en el norte de esta capital. Se ven de todas las edades, con sus madres o solos. Al llegar, muchos se sientan en las bancas, como si fueran a dar torta y a actuar los payasos.
En esta ciudad conservadora, Yepes se atrevió a llevar a las celebraciones un acto de títeres y a hablar de fútbol o de temas terrenales. El sacerdote es un hombre sacado de la comunidad, pero sigue siendo de carne y hueso, explica.
Es pues hacia la mitad de la misa cuando el acto más esperado salta al escenario: llegan los títeres y los niños se quedan en silencio, la obra empieza, el muñeco del padre Yepes se aproxima en su carro de cartón y solo al final, los pequeños parpadean.
La misa sigue entre cantos. Al momento de la paz los niños se lanzan al atrio para darle la mano al padre como si se tratara de Ricky Martín.
Al medio día, el padre Yepes logra reunir aproximadamente 450 fieles y cuando cae la tarde los protagonistas pasan a ser los jóvenes, a los que al principio tuvo que ir a buscar. A ellos él les habla del Once Caldas, equipo del que se declara hincha y al que acompaña siempre al estadio.
Un día lo dejé todo: la novia, el trabajo, el estudio y me dediqué a seguir a Jesús. Las personas me preguntaron: ¿A usted qué le pasó, se enloqueció? Hasta ahora no me he arrepentido, dice el padre Yepes.