Denominada Marcha por la Dignidad, la que entre el domingo y el lunes pasados se realizó en varias ciudades de Estados Unidos fue una de las movilizaciones más impresionantes de los últimos tiempos, no solo por la cantidad de gente que participó más de tres millones, sino por su espontaneidad. Todos buscan que las cámaras legislativas estadounidenses aprueben una ley migratoria que no criminalice a los inmigrantes indocumentados, sino, al contrario, que les garantice a todos o, al menos, a buena parte de los 12 millones de ilegales su derecho a trabajar legalmente.
Al grito de todos somos (norte)americanos, los manifestantes recordaron al Gobierno, a los legisladores y al resto de ciudadanos que Estados Unidos es una nación que se formó con inmigrantes. Ante la multitud reunida el domingo en Washington, la activista Michel Waslin dijo que con estas demostraciones les iban a probar a los congresistas que los inmigrantes tienen un peso específico nada despreciable como fuerza electoral. Quizá no lo tengan hoy, o, como señalan algunos analistas, les falte un líder aglutinador como Martin Luther King. Pero esta contundente demostración de masas no solo puede hacer meditar a los miembros del Congreso estadounidense sobre el proyecto de ley de inmigración, sino convertirse en un primer paso hacia la intervención en política, mediante la protesta pacífica, de un poderoso sector hasta ahora dormido y atomizado. Hoy marchan, ¿mañana votan?, es la pregunta que está ahora sobre el tapete.
Las marchas, según lo aseveraron muchos de los participantes, son apenas el principio de un movimiento que no descansará hasta lograr un trato justo para la inmigración ilegal. Tienen un objetivo tan claro como las movilizaciones contra el CPE en Francia, aunque enfrentan el desafío de incidir con la misma fuerza en los legisladores y el gobierno estadounidenses.
Es de señalar la participación en las marchas de un importante número de colombianos, hasta ahora ausentes de los movimientos que desde 1990 se adelantan en defensa de los derechos de los inmigrantes. Ojalá esto les sirva de ejemplo a los demás colombianos en su propia patria. Si hay una herramienta poderosa para enfrentar la violencia, es la movilización pacífica, que aquí, en Colombia, sigue brillando por su ausencia.
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