Fue mientras este último escribía uno de los capítulos del libro El crimen del siglo, que recrea entre ficción y realidad la vida de Roa.
Torres no recuerda qué no debía poner y tampoco vio la cara de Roa. Pero era él.
Y debió ser porque este dramaturgo de profesión conoce por lógica a sus personajes, se los mete en el cuerpo y solo los abandona el día que su obra deja el escenario, al final de una temporada. Así ha sucedido con todos, incluidos los de La siempreviva, sobre el drama de los desaparecidos del Palacio de Justicia.
Ahora anda con Roa Sierra hecho libro. Una historia que nació porque, según Torres, quería hacer algo sobre el 9 de abril, el otro hecho histórico que le ha quitado el sueño además de la toma del Palacio.
Sobre Gaitán todo se ha dicho, escrito y filmado. Era un hombre público al que narrarle su vida privada iba a ser excesivamente difícil.
Entonces, se decidió por Roa, ese personaje que se hizo visible el mismo día en que murió: el 9 de abril de 1948, cuando, a los 26 años, fue acusado del asesinar a Jorge Eliécer Gaitán y los seguidores de este cobraron venganza.
Empezó por ir al barrio Ricaurte, donde Roa vivía con su mamá, Encarnación Sierra. Se paró frente a la casa de la calle 8a. No. 30-73, donde hoy funciona un taller de ornamentación y nadie sabe quiénes habitaron antes allí.
Caminó unos pasos y llegó a otra casa, la de la mujer de su héroe-antihéroe, María de Jesús Forero, y donde nació su única hija, Magdalena, que tenía 3 años cuando su papá murió.
Lo que dice la historia También, buscó todos los documentos legales. Revisándolos, otro grupo se visibilizó: el de los hermanos de Roa: Eduardo, conductor de taxi; Luis, conductor de un vehículo del consulado Alemán, y Gabriel, empleado de una fábrica de cervezas.
Una familia obrera de la época que no veía con buenos ojos a Juan. Lo consideraban un vago, un hombre que no podía conservar un empleo, apocado, hermético y el recostado en la casa de la mamá.
Cuando empecé con la investigación, que se demoró un año, estaba seguro de que había matado a Gaitán. Ahora tengo muchas dudas. Hay testimonios que no encajan. Unos dicen que iba con un vestido gris, otros que con un carmelita.
Los de allá manifiestan que llevaba sombrero y otros que no... Es una incógnita que nunca se resolverá y una versión aceptada a lo largo del tiempo, comenta.
Estudiando los documentos también halló a un hombre que creía en el poder del más allá y que tenía brujo de cabecera, Johan Umland Gert.
Y como buen colombiano, fe en Dios y en los golpes de suerte. Si hoy más de la mitad del país sueña con ganarse el Baloto, Roa hablaba de una guaca que iba a encontrar.
El 9 de abril de 1948 nada ni nadie del mundo esotérico lo ayudó y murió de un modo brutal: a golpes.
De su familia no se supo más. Se perdió en el tiempo. Y aunque Torres los buscó por distintos medios, no los encontró. No lo dice, pero es un capítulo que se debe.
Antihéroe nacional Aunque Juan Roa Sierra aparece en todos los libros, testimonios, artículos y documentales sobre el 9 de abril de 1948 como el asesino de Jorge Eliécer Gaitán, no ha sido el protagonista de las obras literarias que se han ocupado del tema. Salvo en el libro de Miguel Torres, El crimen del siglo, y en El jardín de las delicias, de Guillermo Cardona. En este último, Premio Nacional de Novela 2005 y editado por Planeta, comparte protagonismo con Carl Michael, quien aparentemente llega al país a cumplir una misión encomendada por una secta religiosa: un asesinato.
Allí, Roa Sierra es Juancho en los capítulos iniciales y luego pasa a convertirse en asesino.
En El cadáver insepulto, de Arturo Alape, el periodista cuenta que Felipe González Toledo, cronista rojo de la época, estuvo presente en el levantamiento del cadáver de Roa Sierra.