Si Edwin Piscator, el teórico alemán del drama épico y político, concibió
el teatro total a propósito de la Guerra y la paz, algo así debió tener en
mente Piotr Fomenko cuando emprendió la adaptación y el montaje, con la
compañía Teatro Taller de Moscú, de la primera parte de la novela de León
Tolstoi. Con un contenido literario ambicioso, cuyas referencias están
presentes y a veces se citan de manera textual, el director ruso compendia
una narración, recrea un ambiente y, sobre todo, mantiene en vilo al
auditorio durante casi cuatro horas. La fluidez de la acción; la altísima
calidad interpretativa de un elenco que goza de una absoluta estrictez y que
no cae en aspavientos innecesarios; la construcción de una delicada
simetría; una austeridad que deja de lado cualquier afectación o melodrama;
la ironía llena de sutileza, la música y hasta el uso de una, en apariencia
inocua, ronda infantil, son algunos de los puntos de conexión, varios de
ello
Por:REDACCION EL TIEMPO
08 de abril 2006 , 12:00 a. m.
El Teatro Mladinsko, de Eslovenia, viejo huésped de los iberoamericanos, le
apostó este año a la adaptación teatral de La reina Margot, novela de
Alejandro Dumas que narra unos hechos tremebundos en la historia de Francia.
La boda de Margarita de Valois, la matanza de protestantes, con Coligny a la
cabeza, o la participación en la masacre del monarca y de su madre Catalina
de Medicis suministran mucha tela de donde cortar en lo dramático; lástima
que el montaje no corre con suerte: le faltan poesía, ritmo y ese hilo
conductor llamado concepto. La penuria de recursos remite a la cámara de los
horrores de un museo de cera de pueblo, mientras la gratuidad de ciertas
referencias a lo contemporáneo y un estruendoso, pero pobre, desempeño
actoral dejaron la impresión de haber asistido a un ejercicio estudiantil, a
una ensambladura de escasa sustancia acentuada por un vestuario de época
común y corriente, por unas pésimas luces y por la ausencia de escenografía.
Es justo reconocer que el espacio adaptado de Corferias tampoco le ayudó a
una compañía que ha traído trabajos mucho más brillantes. Valga recordar la
sublime Scherezada del segundo festival.
Nota final: el soliloquio de la extraordinaria actriz argentina Norma
Aleandro, a pesar de los aplausos de un público asaz generoso, partió de un
esquema enmohecido en el que se coló más de un lugar común. Declamaciones
sin enjundia, narraciones de escaso colorido, chistes flojos, como decimos
en Bogotá, y alguna copla mal impostada estuvieron lejos de hacerle justicia
a una leyenda. Por fortuna, lo que hasta antes del final fue apenas mediocre
terminó redimiéndose. La conmovedora escena de La señorita de Tacna, de
Vargas Llosa, consintió la certidumbre de haber visto a una grande.