La argentina Norma Aleandro, con su monólogo Cuentos sobre el amor y otros
cuentos sobre el amor, dio una magistral clase de actuación y demostró por
qué es una de las más grandes actrices del continente. Aunque ha ganado
premios en el cine (entre ellos el Globo de Oro) lo suyo, como lo ha
repetido mil veces, es el teatro. Allí está más cómoda. En un espacio que no
fue el más adecuado para sus monólogos (el Astor Plaza... Hubiera sido mejor
un teatro más íntimo), llenó el escenario con su presencia. Pasó de ser
cantante de cuplés a personaje de García Márquez y Señorita de Tacna.
Aleandro no necesitó de parafernalia ni elemento alguno para mostrarnos
bosques, ríos y pueblos enteros.
Norma estuvo despojada de cualquier asomo de soberbia. Ella, que de verdad
podría darse aires de grandeza, fue la más humilde. Sus ojos fueron lo más
sorprendente. A través de ellos pudimos leer que, tal vez, para ser tan
grande como ella, hay SIEMPRE que dejarse atravesar por la realidad,
mantener los pies sobre la tierra y comprender que eso de ser actor es un
privilegio que los dioses les han dado a algunos y que no se debe
desaprovechar en falsos revestimientos. ¡Gracias Señora!