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Seguridad, vida, vida y seguridad

“¿A qué cree que va a conducir la seguridad democrática del Presidente?”, Enrique Cano le preguntó a Laura Restrepo hace un par de años. “¡Huy, no! Es un fracaso estrepitoso”, contestó la notable escritora. Tan drástica y ligera condena fue dirigida contra una política específica. Pero me parece que refleja también la actitud de muchos sectores de oposición frente al problema más serio del país: la seguridad. Todavía menosprecian su significado. Todavía creen que es solo una preocupación de ricos. Todavía se resisten a considerarla como prioridad social.

EDUARDO POSADA CARBÓ
El tema de la seguridad –observó Mauricio García en estas páginas– “ha sido
siempre para la izquierda una papa caliente... Cree que al hablar de
seguridad le hace una concesión a la derecha. Por eso calla”. Callar sobre
el tema es lo que hace el programa presidencial del candidato del PDA,
Carlos Gaviria –‘Construyamos democracia, no más desigualdad’–. Aparte de
una alusión equívoca a la “seguridad soberana”, la expresión solo aparece
allí en referencia a la seguridad laboral o alimentaria –la seguridad social
integral–. Nobles y justos empeños. Pero ni una sola palabra sobre las tasas
de homicidio o secuestro.
La plataforma del PDA, claro está, expresa ese diagnóstico que concibe la
violencia y el crimen apenas como el efecto de otras causas “profundas”. En
ese diagnóstico coincide el candidato del liberalismo Horacio Serpa. Sería
de esperar que el ingreso de Rafael Pardo a su campaña y la dirección del ex
presidente César Gaviria en su partido contribuyan a una formulación más
compleja que la expuesta por Serpa, para quien “la violencia (...) (y) todo
lo malo que nos pasa” son “consecuencia, directa o indirecta, de la
desigualdad”. También ha juzgado que “la propuesta de seguridad de Uribe
fracasó”.
Otros sectores de oposición, como el liderado por Antanas Mockus, se apartan
de aquel diagnóstico. Mockus mantiene importantes discrepancias con las
políticas del actual gobierno, mas “en seguridad –ha dicho– hay que
construir sobre lo construido”. Su programa presidencial parte de “un
principio incondicional”: el absoluto respeto por el derecho a la vida. No
estoy de acuerdo con todos sus planteamientos. Pero Miguel Silva tiene razón
en pedir que la prensa escuche más a Mockus. Sobre todo, creo, para
otorgarles a la seguridad y al derecho a la vida la prioridad que merecen.
La política de seguridad democrática no es una panacea incontrovertible.
Como candidato y Presidente, Uribe haría bien en reconsiderar muchos de sus
detalles; reformularla tras su experiencia. Siempre será difícil encontrar
un balance entre negociación e impunidad –con autodefensas o con
guerrillas–. Las advertencias sobre el crecimiento de poderes mafiosos deben
tomarse en serio. Pero quienes aspiran a ser alternativa de poder, como lo
sugirió Alejo Vargas, tendrían que superar simples posiciones
contestatarias.
Cualquier discusión creíble debería comenzar aceptando ciertos resultados.
El que hubiésemos cerrado el 2005 con la tasa de homicidio más baja de los
últimos 18 años no es un dato marginal. Tampoco lo es la significativa
reducción del secuestro durante este cuatrienio. Atribuir estos logros a
meras manipulaciones estadísticas o a un “embrujo mediático” es ignorar la
realidad y los sentimientos del electorado.
En una de sus interesantes investigaciones, Francisco Gutiérrez Sanín mostró
que, en contra del lugar común, el triunfo de Uribe en el 2002 no se debió
solo a la exasperación nacional frente a las guerrillas, sino a la imagen
que logró proyectar simultáneamente de moderación y firmeza. Un solo tema
tampoco determinará las próximas elecciones. Sin embargo, mientras persistan
las horrorosas dimensiones del crimen en Colombia, las preocupaciones
centrales del debate tendrían que ser: seguridad, vida, vida y seguridad.
EDUARDO POSADA CARBÓ
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