Estos dos partidos ofrecen particularidades que pueden ser atípicas, y lo son en efecto, frente a los múltiples y contradictorios preceptos de los tratadistas de la llamada ciencia política. Que precisamente tiene como capítulo básico el de los partidos.
Desde sus orígenes los dos partidos colombianos han llevado con orgullo su nombre, que es enseña y refugio, distintivo e imagen: liberal, conservador. Quienes a este le pusieron apellido están siendo llamados a calificar servicios. Cada uno tiene su color, rojo el liberal, azul el conservador, emblemas con los que en el siglo pasado se hicieron muchas veces la guerra, a cuyo término por lo general expedían una Constitución con sus ideas sobre lo que debía ser el Estado. Los dos en pleno acuerdo respecto de un sistema de gobierno popular, electivo, representativo, alternativo y responsable. Porque liberales y conservadores pregonan su vocación democrática, así en su práctica no falten ocasiones en que la adulteran con la mayor impavidez.
Muchos personajes, algunos muy importantes y otros no tanto, han fracasado estruendosamente en su empeño de fundar nuevos partidos. En el siglo pasado Florentino González, hombre de excepcionales atributos que hoy sería un conspicuo neoliberal, quiso unir a liberales y conservadores en una agrupación que se llamaría partido moderado progresista , para enfrentar al partido estacionario de los conservadores ortodoxos. Así quiso llegar a la presidencia, que ni siquiera entrevió de lejos, pues terminó en melancólico exilio diplomático, reclamando mesadas insolutas.
Miguel Antonio Caro pretendió dar vida a esa peligrosa mezcla de religión y política que está en la base de los más ominosos fundamentalismos. Por fortuna su proyecto de partido católico permaneció nonato.
La lista es larga. Partido Nacional de los regeneradores, Republicano de los constituyentes de 1910, Unirismo de Gaitán, Neonacionalismo de Alzate, MRL de López Michelsen, Anapismo del General Rojas, Nuevo Liberalismo de Galán, todos tratando de sustraerles clientelas a los dos partidos históricos, para terminar regresando al viejo caserón tradicional.
La indisciplina y el caudillismo son características de nuestros dos partidos, y su estado normal es la división. En el siglo pasado daban a las fracciones nombres que marcaran alguna tendencia doctrinaria: gólgotas y draconianos, radicales e independientes entre los liberales, nacionalistas e históricos entre los conservadores. Avanzado este siglo, cada corriente toma el patronímico del jefe de turno, los liberales llamándose santistas y lopistas, gaitanistas, lleristas y turbayistas. Los conservadores peleando entre laureanistas y ospinistas, alvaristas y pastranistas.
Esas divisiones crean una original forma de multipartidismo que despista a los augures de la liquidación de los dos partidos. Sin darse cuenta de que ahí está una de las claves de su imperturbable supervivencia. Y son muchas.