La población de Bogotá revela el último censo consta de 58 por ciento de
personas nacidas en la ciudad y 42 por ciento de inmigrantes. Aunque la
cifra muestra un leve crecimiento de los bogotanos natos (eran 55 de cada
100 en 1993), quizás no hay ninguna ciudad en el país donde estén tan
igualadas las poblaciones nativas y foráneas, aun sin tener en cuenta que
las familias de muchos de esos bogotanos de cuna proceden de otras
latitudes. Agrega el informe del Departamento Administrativo Nacional de
Estadística (Dane) que cada día se asientan en la capital 20 familias de
desplazados.
Por:REDACCION EL TIEMPO
20 de marzo 2006 , 12:00 a. m.
Pese a su fama de urbe regionalista, Bogotá siempre ha sido una ciudad
cosmopolita. En los tiempos más castizos del bogotanismo principios del
siglo XX, varios destacados bohemios de la Gruta Simbólica eran boyacenses
(Julio Flórez, Antonio Ferrón) y vallecaucanos (Carlos Villafañe). De los
últimos doce alcaldes del Distrito, la mitad nacieron lejos de la capital.
De todos modos, ningún testimonio mejor sobre el volumen y fuerza de las
colonias de otras regiones que los partidos de fútbol en El Campín, donde a
menudo son más los hinchas de los equipos visitantes que los de los locales.
¿Significa el repunte de los nacidos en Bogotá un renacimiento del cachaco?
Todo depende de qué se considere cachaco, término que ha sufrido variaciones
semánticas desde cuando se aplicó por primera vez en 1833. El cachaco era
entonces el joven liberal opuesto a la dictadura de Rafael Urdaneta; más
tarde, según Rufino J. Cuervo, pasó a significar elegante y garboso; en
1858 se hizo más específico y abarcó al bogotano raizal, joven, galante y de
buen humor (Emiro Kastos); Laureano García Ortiz amplió el concepto en 1932
al producto refinado del tipo colombiano; pero después la opinión limitó
el gentilicio a los bogotanos, y últimamente los costeños lo aplican a sus
compatriotas del interior: de Magangué para abajo, todo es cachaco. Entre
los bogotanos, el cachaco sigue siendo aquel que tiene viejos lazos
familiares afincados en la capital. Estos se consideran a sí mismos una
minoría.
Más allá de censos y emociones, el Dane revela que Bogotá es un buen
vividero: elevada producción industrial, ingreso per cápita superior al
resto del país, índice de homicidios inferior al de Cali y Medellín,
promedio de escolaridad más avanzado. Sin contar sus progresos viales y de
parques. Las cifras del Dane desnudan la fortaleza y la flaqueza de esta
ciudad, que es de todos y de nadie. Consolidar el sentido de pertenencia
debe ser uno de los objetivos de los 7 millones de cachacos.