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El nuevo antisemitismo

Vivimos tiempos violentos. Algunos creen que estamos experimentando un nuevo tipo de conflicto: ‘guerras de culturas’, como las que enfrentan a los musulmanes sunitas y chiitas, a los grupos tribales de África y Asia o a los islamistas y los occidentales. Sin embargo, las razones profundas de esos conflictos pueden ser más tradicionales.

La pertenencia a un grupo cultural es un simple pretexto para batallas entre
vencedores y perdedores de la mundialización. Dirigentes implacables
movilizan a seguidores desorientados. En particular los perdedores, con
frecuencia representados por jóvenes sin futuro, pueden ser inducidos a
adoptar medidas, suicidas incluso, contra el supuesto enemigo. No debería
extrañarnos que en una época así esté reapareciendo de entre las sombras el
más antiguo y mortífero de los resentimientos: el antisemitismo. Su regreso
adopta la forma clásica de los ataques a personas, como el reciente
asesinato de un joven judío en Francia, o de la desfiguración de lugares
simbólicos, como cementerios y sinagogas. Pero hay también una sensación más
general de hostilidad a todo lo judío.
Era de pensar que el antisemitismo había desaparecido para siempre con el
Holocausto, pero no fue así. Hay quienes niegan que el Holocausto ocurrió.
Van desde historiadores de segunda fila como David Irving hasta políticos
aparentemente populares como el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad. La
documentación sobre lo que hizo la Alemania nazi es tan abrumadora que tal
vez se pueda lidiar con quienes lo niegan sin meterlos a la cárcel, lo que
les daría una atención inmerecida.
La causa más preocupante del antisemitismo justifica que hablemos de uno
nuevo. Tiene que ver con Israel. E.U. es el primer nombre en el
resentimiento antioccidental y el segundo es Israel, el único país moderno
en Oriente Medio, que está muy militarizado, es una potencia ocupante y
defiende implacablemente sus intereses. Es difícil exagerar el extraño
sentimiento existente en Occidente, que podríamos llamar romanticismo
palestino. Intelectuales como el difunto Edward Said le dieron voz y tiene
muchos seguidores en Estados Unidos y Europa. Este romanticismo glorifica a
los palestinos como víctimas de la dominación israelí, señala el trato de
segunda clase que reciben los palestinos israelíes y cita muchos incidentes
de opresión en los territorios ocupados, incluidos los efectos de la
‘barrera de seguridad’. Implícita o explícitamente, la gente se pone de
parte de las víctimas, les envía dinero, declara legítimos hasta a los
terroristas suicidas y se aparta de la defensa y el apoyo a Israel.
Es cierto que en teoría se puede uno oponer a las políticas de Israel sin
ser antisemita. Entre los israelíes hay bastantes críticos de las políticas
de Israel. Pero la distinción resulta cada vez más difícil de mantener. Los
judíos fuera de Israel sienten que deben defender –con razón o sin ella al
país que, al fin y al cabo, es su esperanza suprema de seguridad. Sus amigos
vacilan a la hora de hablar con claridad por miedo a ser considerados no
sólo antiisraelíes, sino también antisemitas. La actitud defensiva de los
judíos y el incómodo silencio de sus amigos significan que el escenario del
debate público está abierto para los verdaderos antisemitas, aunque se
limiten a usar un lenguaje antiisraelí.
El antisemitismo es repugnante, sea cual fuere la forma como aparezca. Lo
mismo se puede decir de otros tipos de odio grupal, pero el Holocausto hace
que el antisemitismo sea único, porque es cómplice de la aniquilación casi
total de un pueblo.
No se puede luchar con éxito contra el nuevo antisemitismo mediante la
instrucción y la argumentación sólo en el resto del mundo. Está vinculado
con Israel. Si uno pertenece a una generación que consideró a Israel uno de
los grandes logros del siglo XX y admiró la forma como ese país dio una
patria digna a los perseguidos y oprimidos, le preocupa en particular que
ahora pueda estar en riesgo.
* Ralf Dahrendorf es miembro de la Cámara de los Lores británica, ex rector
de la Escuela de Economía de Londres y ex director del St. Antony's College
de Oxford. Copyright: Project Syndicate 2006
(Ver versión completa en www.eltiempo.com)
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