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FRANCO, EL NAVEGANTE

Hoy vamos a descansar de Escobares y Gavirias para comentar la fascinante aventura que protagonizan en alta mar dos colombianos. De esos que contribuyen a rescatar la imagen del país y a que en el mundo se hable de Colombia en un contexto que no sea de narcotráfico, violencia y corrupción. Se trata de Franco Ospina y de su ayudante, el marino sanandresano Nemesio Novaglia, quienes hace 15 días emprendieron la travesía del Océano Atlántico en un frágil velero de siete metros de eslora. Los dos navegantes intentan, en el marco de las celebraciones de los 500 años, repetir la ruta del tercer viaje de Colón y tocar costas colombianas hacia el 12 de octubre.

Según hemos podido enterarnos por Caracol , que tiene comunicación diaria vía satélite con Franco Ospina, el velero se encuentra ya en mar abierto. El martes traspasó el último faro, donde para los pescadores de las Islas Canarias termina el mundo , y le espera un mes sin ver tierra, sin ayuda ni posibilidades de reabastecimiento. Esto es mucho amor al agua, al mar, a la navegación y a la aventura...
Nada extraño en un hijo del Capi Ospina Navia, el célebre lobo de mar que lleva 30 años recorriendo todos los ríos y costas de Colombia y ha sido un incansable defensor de sus cada día más amenazados recursos fluviales y marítimos. Conocí a Franco hace siete años en una expedición promovida por su padre y el científico Jorge Reynolds a la isla de Gorgona. El motivo de la misma era bastante insólito: tomarles electrocardiogramas a las ballenas jorobadas que una vez al año se congregan en las cálidas aguas del Pacífico colombiano. Era indispensable clavar en el lomo de las ballenas un dardo ultrasónico que transmitiría los latidos de su corazón.
El encargado de disparar la ballesta con el mágico dardo era, por supuesto, Franco Ospina, quien desde los cinco años bucea en el Caribe con arpones y se le mide a cualquier desafío marino. Con sus cien kilos de peso y casi dos metros de estatura, este gigante con cara de bebé se me reveló desde un comienzo como un personaje singular. Desabrochado y mal hablado como pocos, con un crudo sentido del humor y una irresistible atracción por la aventura suicida, Franco resultó el héroe de aquella fascinante jornada.
Aún recuerdo los desesperados gritos de dispara, imbécil, dispara! que le lanzaba el Capi Ospina a su hijo cuando a un metro de la lancha nos apareció súbitamente una enorme ballena que casi nos voltea, mientras Franco aplicaba sus cien kilos de fuerza sobre el gatillo de la ballesta, que resultó irremediablemente trabada.
La frustración fue grande. Pero a los dos días Franco se revindicó con creces. En esa oportunidad se acercó solo, en un minúsculo fuera de borda conducido por su padre, a un grupo de jorobadas que retozaban a 300 metros de la playa. No olvidaré la figura de Franco, balanceando su enorme anatomía sobre la frágil proa de la lanchita, prácticamente encaramado sobre el físico lomo de la ballena, apuntando su ballesta. Y esta vez el pequeño arpón fue directo al blanco. A las pocas horas repitió la hazaña con otra ballena.
Franco contaría luego que, cuando vio de repente una pared negra que se levantaba frente a él, solo pensó en que si se trababa otra vez el hijuep... aparato ese , le habría clavado el dardo con la mano. Y de verdad no era difícil imaginar a ese monumental hombre de mar, subido cual capitán Abac de Moby Dick sobre el lomo de la ballena, clavando desesperadamente su arpón...
Un año después, viví con el mismo grupo una expedición igualmente insólita, en la que Franco Ospina realizó otra de sus singulares proezas acuáticas. En esa ocasión se trataba de capturar vivo un delfín rosado del Amazonas, con el fin de estudiar el asombroso sistema de ecolocalización, de radar de sus aletas y demás atributos de este inteligentísimo mamífero fluvial que vive en los afluentes del Alto Amazonas.
Fueron cinco días de desesperantes intentos fallidos en un caño del río Loretoyacú, a tres horas de Leticia. No habíamos logrado el objetivo de cercar con redes desde distintos botes a estos esquivos animales. De nada parecían servir el moderno aparataje de redes ultraligeras y lanchas Zodiac traídas desde Maiami, ni los expertos internacionales ni los veteranos pescadores criollos que nos acompañaban.
El último día, cuando ya cundía el derrotismo, se logró milagrosamemte reducir a dos delfines a un espacio de tres metros cuadrados. Franco y dos indios ticunas se lanzaron al agua para asegurar la captura. Uno de los delfines dio un súbito coletazo y desapareció. En ese instante, a la expresión de !Este otro huevón no se me escapa! , Franco se sumergió en las oscuras aguas del caño.
Al cabo de lo que pareció una eternidad, emergió aferrando a un delfín rosado de 50 kilos que daba frenéticos coletazos tratando de liberarse de sus hercúleos brazos. Aún tengo grabados los aplausos de biólogos, pescadores e indígenas, que retumbaron a lo largo del caño Loretoyacú cuando Franco arrojó el animal de un tirón sobre el bote. Misión cumplida.
Este es, en fin, el personaje fuera de serie que hoy se encuentra embutido en un pequeño velero en la mitad del Atlántico. Siendo fiel a su amor por la aventura y haciendo que en el exterior se hable de este colombiano osado y loco que va a repetir la hazaña de Colón.
Y ahora, cuando Franco acaba de entrar en el trecho más arriesgado de su travesía, con tifones y huracanes rondando por los mares del mundo, solo cabe recurrir al argot marinero para desearle buen viento y buena mar .
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