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COMILONAS Y AYUNOS

Quién no ha soñado alguna vez con un suculento helado lleno de crema, con un delicioso arroz atollado, un ajiaco, una morcilla, un postre de natas, unos patacones, una torta de chocolate y arequipe...? Y no ha podido comérselos?

Redacción El Tiempo
O se los ha comido todos (o casi) y después...
Algunos comen demasiado. Y se engordan. Y entre más gordos se ven, más comen. Como si se quisieran vengar de sí mismos...
Otros también comen demasiado. Y luego, se arrepienten! Mientras los carcomen los remordimientos, se siguen llenando pero de laxantes, diuréticos, pastillas para curar un imaginario hipertiroidismo... O se entregan frenéticamente al ejercicio y al deporte para quemar calorías.
Otros más dejan de comer. Y entre más flacos se ven, menos comen. Como si se quisieran vengar de los otros...
Y finalmente están los que se alimentan normalmente. A decir verdad, sobre todo entre las mujeres, no son el grupo más nutrido.
Porque muy a menudo, la comida se convierte en el instrumento más recursivo, aunque menos apropiado, para desfogar estados de tensión. Cuando la situación es más grave, y el comer se toma como un instrumento para atenuar angustias, complejos, frustraciones, se comienza a pensar que la persona necesita ayuda médica o sicológica.
Son esos casos los que se incluyen en un capítulo poco conocido, a pesar de ser tan frecuente: los desórdenes del apetito. Son, en otras palabras, los trastornos que sufre una persona con su alimentación. A grandes rasgos, se les clasifica como bulimia (el comer compulsivamente), anorexia (dejar de comer); y bulimarexia, trastorno que lleva a la persona a comer compulsivamente, a toda hora y de todo, para luego provocarse el vómito, abusar de laxantes y diuréticos, o entregarse con frenesí al ejercicio.
Los tres desórdenes pertenecen, según los especialistas, a la esfera de los problemas emocionales, generalmente de difícil solución. Pueden llegar a ser inmanejables, y tener consecuencias totalmente displacenteras: truncan la vida sexual, afectiva, laboral y familiar. Llevan a la persona a estados depresivos agudos y, en casos extremos, pueden producir la muerte bien sea por inanición y debilidad, cuando se trata de anorexia, o por problemas colaterales cuando la falla está en la excesiva alimentación.
Pero hablar de desórdenes del apetito no es referirse a la persona que un día, ocasionalmente, se atraganta, devora un almuerzo que satisfacería a cinco, y abusa de toda clase de viandas.
Es mencionar a quienes sufren, en forma permanente, continua, de la necesidad de ingerir excesivas cantidades de alimentos o, por el contrario, someterse a privaciones exageradas de los mismos. Es también hablar y esta es la más novedosa clasificación de aquellas que consumen desorbitadamente y se apresuran luego a tomar medidas, convencidas de que estas les limpiarán la conciencia y el cuerpo...
Los desórdenes del apetito deben ser tratados por un equipo de varios especialistas. El sicólogo o el siquiatra, porque suelen ser originados por problemas emocionales y afectivos, por la baja imagen y la poca autoestima que tiene la persona de sí misma, por desilusiones y frustraciones. Aun las más leves penas de amor pueden llevar a una adolescente a los excesos alimenticios...
También deben intervenir el médico de la familia, aquel que conoce la historia de la persona, una nutricionista, de pronto una trabajadora social. Y el endocrinólogo cuando se detectan fallas hormonales. El punto de equilibrio
Quiénes son las principales víctimas de los desórdenes de la alimentación?
Generalmente, las mujeres. Es justo decir que rara vez un hombre se entrega en forma permanente a los excesos de alimentación. Algunos lo atribuyen al hecho de que ellos suelen inhibirse menos que las mujeres, mientras estas han vivido atadas a los convencionalismos y represiones que les ha impuesto la sociedad.
Cierto o no, el hecho es que es difícil encontrar a un hombre anoréxico. Usualmente, la adolescencia es la edad más común para la aparición de cualquiera de las modalidades antes descritas. Es la época en que las jóvenes comienzan a preocuparse por su imagen, hacer dietas, se privan, hacen sacrificios, con tal de lograr un cuerpo perfecto... En muchos casos, el afán no pasa de ser una medida provisional, pasajera. Pero en muchos otros más, se convierte en una obsesión, la joven se descontrola y cae en cualquier exceso.
Y como no se toma la situación como un verdadero problema médico, no se pide ayuda profesional, y esta situación se hace crónica. Lo que agrava el problema y lleva a un círculo vicioso: entre más obesa se ve la persona, más come; y entre más flaca, menos come. Sufre también en su autoimagen, se aisla y comienza a esconderse, así como se esconden los alcohólicos para ingerir sus bebidas...
El círculo vicioso logra romperse cuando la persona pide ayuda. Es decir, cuando toca a la puerta de quien realmente la puede ayudar. Hecho curioso, generalmente la persona se equivoca de puerta, acude únicamente al médico general, o al endocrinólogo, o a una dietista, y sigue un tratamiento tal vez bueno pero incompleto.
El problema rebasa la adolescencia. Se encuentra, aunque con menos frecuencia, en adultos y en personas de la tercera edad. Quienes los sufren son, por lo general, mujeres con una gran dificultad para identificar y aceptar su femineidad, que sufren de crisis de adaptación. Suelen ser mujeres inteligentes, sensibles, con tendencia a la perfección, que son o fueron excelentes estudiantes, pero que manejan muy mal sus rabias, sus angustias y temores.
Al no poderse liberar de las situaciones difíciles, y al no sentirse capaces de enfrentarlas, convierten la comida en un blanco según ellas perfecto de desfogue. Y precisamente el tratamiento con un sicólogo o un siquiatra es el que ayudará a estabilizar la parte emocional y afectiva de donde suelen partir los desórdenes.
Ahora bien, aunque liberarse de estos trastornos puede no ser fácil, tampoco es imposible lograrlo. Paciencia, realismo y voluntad son tres de los ingredientes de la fórmula para olvidarse de comilonas y ayunos. Y disfrutar, sin remordimientos, de un delicioso helado. Los excesos
Bulimia es el trastorno de la alimentación que lleva a comer compulsivamente. El mecanismo regulador del apetito se desbarajusta y se pierde la capacidad de sentir hambre o llenura. No son personas necesariamente obesas pero sí con sobrepeso. Es el menos grave de los trastornos.
Anorexia: es la privación de alimentos hasta el punto en que una persona puede pasar 24 horas con una manzana y una taza de café. No hay límites para la pérdida de peso que puede llegar a ser del 25 por ciento de la grasa total del cuerpo, con desnutrición, complicaciones metabólicas graves, suspensión de la menstruación y riesgo de suicidio. A menudo, la persona siente que, a través del ayuno, adquiere poder sobre los demás.
Bulimarexia: generalmente la persona tiene peso normal. Su problema está en el hecho de inducirse vómito, tomar laxantes y diuréticos, cada vez que come, porque cree que con eso controla su dieta. Puede empezar como una curiosidad, pero se vuelve un hábito incontrolable. La persona se induce el vómito cuando tiene dificultades, está aburrida, triste y aun contenta. Se han visto casos extremos de personas que vomitan hasta 18 veces al día, y otras que lo siguen haciendo, aun si están embarazadas. Esta compulsión llega a producir problemas metabólicos porque con el vómito se pierde potasio y esto produce arritmias cardíacas. También el estrés puede llevar a la pérdida de la menopausia. Más y menos Cualquiera de los tres trastornos de la alimentación trae consecuencias en la salud que deben ser tratadas por un equipo de médicos de varias especialidades. La bulimia puede llevar a la obesidad, a asumir una vida sedentaria con riesgos de infarto, diabetes, colesterol elevado, depresión, ansiedad y sentimientos de culpa. La anorexia tiene como posibles consecuencias la depresión, desnutrición, pérdida de la características femeninas, caída del pelo y de las uñas, suspensión de la menstruación. La bulimarexia: alteraciones en el metabolismo, cambios de humor, estados depresivos, aislamiento, alteraciones en la vida social, familiar y laboral. En los tres casos, los alimentos se convierten en una obsesión acompañada de sentimientos de culpa y remordimiento. Ninguna de los tres son enfermedades mentales. Se trata más bien de hábitos aprendidos que deben corregirse. Una nueva educación ayuda a librarse de ellos. Un truco: olvidarse de la comida, de las calorías, demitificar el peso. Si es delgada no va a ser más feliz ni va a conseguir un marido perfecto. Y si es gorda, tampoco va a ser más feliz... Bote la balanza, olvídese de la palabra dieta, aprenda técnicas de relajación, en los momentos difíciles prefiera un amigo o amiga a una libra de chocolates... Y aprenda a detectar las situaciones peligrosas que llevan a una comilona. Olvídese de la imagen de la mujer ideal que pintan los avisos y otros medios de publicidad. Y no se exija a usted misma ser perfecta en todos los campos de su vida. Recuerde los ejercicios, pero practíquelos en forma mesurada. Le ayudarán a recuperar la silueta y a mejorar su autoestima. Pida consejo a un nutricionista para aprender a manejar calorías y contenidos en nutrientes. Lo ideal es aprender a comer de todo pero en forma moderada. Para una persona sana, no debería haber alimentos prohibidos sino cantidades restringidas. Lo ideal también es aprender a disfrutar de todo lo que se come. El ambiente donde se hacen las comidas es importante. La comida no es una anestesia contra las frustraciones, temores, angustias, desilusiones, miedos, complejos... Otro punto: la familia. Apóyese en ella y adquiera más seguridad. La necesita.
Redacción El Tiempo
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