La visita hoy a Bogotá del Ministro de Relaciones Exteriores de Francia debe servir para mejorar la relación bilateral que ha visto tiempos mejores, a decir verdad, llevándola más allá del tema del intercambio humanitario, motivo de las desavenencias. En plata blanca, a ambos países les conviene desbetancurizar la relación.
En sus 18 horas en Bogotá, el canciller francés, Philippe Douste-Blazy, debe verse con el presidente Uribe, almorzar con su homóloga Carolina Barco, encontrarse con familiares de los secuestrados y con la comunidad francesa y dar dos ruedas de prensa. Según se ha informado, la visita será para repasar la relación bilateral y hablar del intercambio humanitario. Francia, junto con España y Suiza, busca una fórmula para lograr el canje de secuestrados por guerrilleros de las Farc presos. Tema en el cual tiene un interés evidente, pues Íngrid Betancourt es ciudadana gala y su situación mantiene en vilo a ese país, donde cerca de 1.500 ciudades la han declarado ciudadana honoraria.
Desde el célebre fiasco del avión Hércules, enviado de Francia para recibir a Íngrid, hasta recientes roces por reuniones de un enviado francés con las Farc, el affaire Betancourt ha envenenado la relación. Aunque poco se ha ventilado públicamente, la tensión ha sido evidente y sobran los rumores: Francia habría asumido una dura posición en la última declaración del Consejo Europeo sobre Colombia; Quai dOrsay, sede de la diplomacia gala, estaría molesto porque el Gobierno colombiano hizo pública la última fórmula de intercambio; a este lo habrían irritado reuniones de un enviado francés con las Farc, supuestamente sin autorización de Bogotá.
En fin, los motivos sobran y la desconfianza parece gravitar sobre una relación tradicionalmente buena y que tiene todos los elementos para ser mucho mejor. Se comprenden el interés de Francia en la suerte de una de sus ciudadanas, así como las prevenciones del Gobierno colombiano ante eventuales démarches desde el otro lado del Atlántico para liberarla.
Quizá, sin abandonar el objetivo del intercambio, convenga desbetancurizar la relación.
Francia es el tercer inversionista extranjero en Colombia, y nuestro país es su quinto socio comercial en América Latina y el primero en la región andina. Nuestras exportaciones hacia allá crecieron en el 2005 y el saldo de la balanza comercial, que era negativo para Bogotá, se revirtió.
Y no se trata solo de vínculos económicos. Viejos lazos políticos, miles de colombianos educados en liceos franceses y en Francia, la admiración por la cultura de ese país ameritan que esta visita la primera de un canciller desde noviembre del 2002 sea aprovechada como una oportunidad para relanzar una relación que no pasa por sus mejores tiempos. Y en este caso, la cuestión es, ante todo, de voluntad política