La escasez crónica que adquiere hoy ribetes dramáticos ha modelado la sicología de los soviéticos hasta tal punto que han adquirido una disposición biológica a hacer cola: primero se forman y luego preguntan qué producto se vende.
Si antes la ausencia de cola ante una tienda representaba una alegría para los compradores, hoy las cosas han cambiado: si no hay cola es porque ya no hay nada.
Teóricamente comprar sin cola es una regalía sólo para héroes y veteranos de guerra inválidos, madres de prole numerosa y otros sectores privilegiados. Pero en estos tiempos de escasez da frecuentemente lugar a que se formen dos filas: la de los de a pie junto a la de los que tienen derecho a no hacerla.
Según su actitud frente a las colas los soviéticos podrían clasificarse en tres tipos de personas: el prepotente que se cuela sin hacer caso de los insultos, pero que obtiene rápidamente el preciado salchichón; el sufrido, que soporta estoicamente horas mirándole la nuca al también sufrido que tiene delante.
El tercer tipo, el más odiado, es el que pide que le guarden el lugar y vuelve sólo cuando le ha llegado su turno frente al mostrador. Estos se dedican a repetir la misma operación en varias colas y a final de cuentas son los que resultan mejor y más rápidamente abastecidos.
El respeto por la cola es tal que el soviético no puede esgrimir mejor justificación ante su jefe por llegar tarde al trabajo que decir: Estaban vendiendo carne y me puse a la cola .
La grave crisis económica ha convertido a las colas en focos peligrosos. Por ejemplo, las filas para comprar vodka, que tienen que ser custodiadas por efectivos de la Policía, han cobrado ya varias víctimas.
La creciente escasez de pan, leche y otros productos básicos ha introducido innovaciones en la forma de hacer cola: en algunos lugares, para evitar que alguien se cuele, el comprador abraza al que tiene delante y así sucesivamente hasta formar una cadena humana inexpugnable.