Este es un resultado que merece destacarse, porque salvó a Colombia de la amenaza de convertirse en una social democracia de izquierda, que hubiera podido retardar el desarrollo nacional durante media generación.
El 27 de octubre, Colombia defendió su destino que es el de ser un país que deja atrás los rasgos conflictivos del tercermundismo, e ingresa, con ambición, al mundo occidental.
Y buena parte de este resultado se debe a la resurrección del conservatismo, que quiso ocupar, de nuevo, su lugar en la historia y en la cultura política de Colombia.
Ese partido, que había sido atacado por sus propios jefes, comenzó a revivir. Esta semana se dio una jefatura provisional, en emocionante acto de independencia, para garantizar la unidad de su trabajo político y parlamentario. Ahora deberá convocar una convención amplia, que reforme los estatutos y le otorgue una nueva legitimidad. Una convención deliberante, como las americanas, que comience por reclamar su identidad doctrinaria, para salirse de la rebatiña de los ministerios y volver a ocupar un lugar en el debate de las ideas.
El conservatismo se había empequeñecido porque no buscaba sino la repartición de ministerios, las migajas de poder del liberalismo que eran buenas para mantener la división... Pero un partido que no aspira sino a los cargos secretariales no merece existir. La colaboración política debe darse, si tiene un objetivo orgánico y estructural.
El conservatismo debe volver a ser una alternativa de poder. Queremos gobernar a Colombia. Tenemos de nuestro lado el sentido de la historia y la corriente universal de las ideas.
Para ser alternativa debemos, primero, tener credibilidad. Y ella se obtiene pensando. No solamente en el Congreso, que es el lugar privilegiado del debate político, sino también en los foros, en las academias y en las universidades.
Vamos ahora a volcar el conservatismo hacia afuera, a irradiarlo al país, a convertirlo en una fuerza pensante, es decir una fuerza moral. Y a volverlo un contrapeso, cada vez más grande, del sistema político, para bien de la democracia colombiana.
El primer reto son las elecciones municipales, en las que el M-19 busca incrustarse en el presupuesto del país. Allí está el verdadero adversario, en todos los terrenos: el moral, el político, el de las ideas...
Y hay también una inmensa tarea legislativa, para devolverles la coherencia perdida a las leyes colombianas. Busquemos, para la restauración de la Constitución, una alianza sana, natural, con las mayorías liberales, y nos vamos a buscar, con alegría, el futuro que nos pertenece...